Page 5 - El club de los que sobran
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Capítulo 1
Si lo miro en perspectiva, debería haberme ido a acostar temprano. Hacerle caso a mi
mamá. No creer que mi hermano iba a ayudarme. Nunca lo ha hecho, así que ¿por qué iba
a empezar hoy?
Me siento como uno de esos extraños torbellinos que en medio del desierto arrasan a
quien se le ponga por delante. La única gran diferencia es que yo no ocupé mi fuerza para
atraerlos a este lugar. Tampoco mi súper inteligencia o mi belleza sin igual.
¿A quién quiero engañar? A ustedes menos que a nadie. No soy «lindo», como dicen
las niñas, y tampoco soy lo que se llama in-te-li-gen-te.
Pero ojo, tampoco soy tonto. O al menos eso creía… hasta hoy.
Me duele la guata. Llevamos mucho rato acostados, el suelo del subterráneo está frío y
tiene una pequeña capa de grasa. Seguro que los ratones gobiernan este territorio. Miro a
la izquierda y veo que Sebastián tiene los ojos cerrados. ¿Se habrá quedado dormido? En
una de esas. El Chupete, como le gusta que le digan en el barrio, se acuesta después de
que su mamá le sirve la comida. Ahora que estamos en verano lo hace cerca de las nueve
de la noche. Sus papás conversan mientras ven las noticias y el Seba actualiza su estado
en Facebook, siempre muy ordenado: «Dos goles en el parque. Se despide, Chupete,
«Ojalá las vacaciones duraran para siempre» o cosas por el estilo. Pobre. Mi amigo no es
tan nerd como parece, pero a la hora de salir a bailar a la pista, prefiere quedarse cerca del
DJ. O sea, la verdad es que hemos ido solo a dos fiestas bailables, pero en ambas,
Chupete quedó en la banca.
—Oye, Seba… —susurro.
No abre los ojos. ¿Qué onda? Vuelvo a llamarlo, esta vez por su sobrenombre.
«Chupete». Nada. «Goleador». Tampoco. Lo muevo con la mano, pero no reacciona.
Chuta. Ni siquiera puedo verle la cara.
Cuando mi hermano Pablo ordenó que nos tiráramos al suelo, yo quedé medio metro
atrás de Chupete. Así que no me queda otra que jugármela con el lazo sanguíneo. Llamo a
mi hermano.
—Pablo…
—Shhh.
—Oye, ¿Chupete está dormido?
—Te dije que te callarai, péndex.
Ahhh, el suave aroma del amor entre hermanos. ¿Qué haría sin Pablo? Miles de cosas,
eso se los puedo asegurar. Tendría a la mamá entera para mí, un computador, estaría en
un colegio con agua caliente en los baños y estufas en las salas, y quién sabe, en una de
esas hasta tendría a mi papá en la casa.
Claro que esa es otra historia.
La cuento más tarde.
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