Page 12 - El club de los que sobran
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tres nos quedamos en silencio. Mi papá nos miró, y tranquilamente dijo:
             —Encontré trabajo en La Serena.
             —¿Te vas a separar de la mamá? —pregunté, y a los segundos me arrepentí.
             —No —dijo muy seguro.
             Y eso fue todo. O casi todo. Al día siguiente se fue en un bus. Lo supimos cuando nos
          levantamos  para  ir  al  colegio  y  vimos  una  serie  de  cajas  en  el  living.  Mi  mamá  las
          mandaría como embalaje la semana siguiente. De eso, hace casi dos años.
             ¿Que si lo hemos vuelto a ver?
             Respuesta definitiva: no.
             ¿Queremos verlo?
             No lo sé. Mi papá es un hombre lleno de silencios y yo siento que alguien tan callado
          no requiere de mucha compañía. En eso se parece a mi hermano. Son sobrevivientes. En
          cambio a mi mamá le gusta hablar. Y retar. Y hacer alharacas, dar órdenes, maldecir al
          mundo y al que se le cruce por delante. Es, en resumen, una mujer de armas tomar. Con
          decirles que en la cena de Año Nuevo nos dijo:
             —Se van en febrero a la casa de los abuelos.
             Lo que me lleva al segundo punto de este capítulo.
             Segundo, el viaje: Si yo les digo «Florencia», ustedes dicen «Italia». Si digo «Sevilla»,
          responden  «España».  Cuando  los  rubios  de  MTV  dicen  «elei»,  ustedes  se  la  juegan  a
          seguro: «Gringolandia». Okey, ahora bien, ¿qué responden si digo «Pueblo Seco»?
             Ahhh, ¿ven que no es fácil ser yo?
             Pueblo Seco queda en alguna parte dentro de un país que se llama Chile, tirando para el
          sur, en medio de las montañas pero con aire marino, y lejos de la civilización a menos que
          tengas una camioneta 4×4 con doble tracción, que no es el caso de mis abuelos Meche y
          Raúl, oriundos de ese pedazo de tierra y padres de la que me tocó tener como mamá.
             La  verdad  es  que  la  nueva  «ex  señora»  venía  con  indirectas  cada  vez  más  directas
          desde hacía meses. Supongo que no le gustó nada que mi hermano no llegara dos noches
          seguidas a la casa, y tampoco que se me perdieran dos pelotas de fútbol en el parque.
          Decía que no almorzábamos bien y que era malo que dos niños estuvieran todos los días
          solos en vacaciones, vagando por la ciudad y sin un adulto que los supervisara. Eso, y que
          mis abuelos nos echaban de menos, cosa que ni ella se cree.
             La noche de Año Nuevo nos dio la noticia. Yo le dije que ni loco me iba a Pueblo
          Seco, pero ella no dio su brazo a torcer. Pablo no le discutió, pero ella lo miró seria a los
          ojos y le advirtió que si lo tenía que llevar encadenado, lo haría.
             Imagínense cómo fue el abrazo de la medianoche.
             Les doy una pista: ¿qué temperatura hace en el Polo Sur?
             Desde ese día hasta hoy, han pasado exactamente treinta y un días.
             Raro, ¿no? Todavía no sé si vamos a salir vivos de acá, y si lo hacemos, seguramente
          mi madre volverá a la carga con lo de los abuelos.
             Demasiadas cosas han cambiado en muy poco tiempo. Yo no quiero irme de mi barrio,
          porque  toda  mi  vida  está  en  un  par  de  cuadras,  en  un  parque,  con  mis  amigos.  Y  mi
          hermano…  bueno,  mi  hermano  tendrá  otras  razones,  las  cuales  no  puedo  ni  quiero
          descifrar.
             Claro que hay una persona que sí quiero nombrar: Dominga.
             Lo que me lleva al tercer y último tema.
             Dominga, el trofeo que nunca disputé: A mi favor, puedo decir que yo la vi primero.



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