Page 92 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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ventarrón de su rugido, como el pasto de una pradera se dobla al paso del
viento.
Luego dijo:
—Tenemos una larga caminata por delante. Ustedes irán montadas en mi
lomo.
Se agachó y las niñas se instalaron sobre su cálida y dorada piel. Susana iba
adelante, agarrada firmemente de la melena del León. Lucía se acomodó atrás y
se aferró a Susana. Con esfuerzo, Aslan se levantó con toda su carga y salió
disparado colina abajo y, más rápido de lo que ningún caballo hubiera podido,
se introdujo en la profundidad del bosque.
Para Lucía y Susana esa cabalgata fue, probablemente, lo más bello que les
ocurrió en Narnia. Ustedes, ¿han galopado a caballo alguna vez? Piensen en
ello; luego quítenle el pesado ruido de las pezuñas y el retintín de los arneses e
imaginen, en cambio, el galope blando, casi sin ruido, de las grandes patas de un
león. Después, en lugar del duro lomo gris o negro del caballo, trasládense a la
suave aspereza de la piel dorada y vean la melena que vuela al viento. Luego
imaginen que ustedes van dos veces más rápido que el más veloz de los
caballos de carrera. Y, además, éste es un animal que no necesita ser guiado y
que jamás se cansa. El corre y corre, nunca tropieza, nunca vacila; continúa
siempre su camino y, con habilidad perfecta, sortea los troncos de los árboles,
salta los arbustos, las zarzas y los pequeños arroyos, vadea los esteros y nada
para cruzar los grandes ríos. Y ustedes no cabalgan en un camino, ni en un
parque ni siquiera en la tierra, sino a través de Narnia, en primavera, bajo
imponentes avenidas de hayas, y cruzan asoleados claros en medio de bosques
de encinas, cubiertos de principio a fin de orquídeas silvestres y guindos de
flores blancas como la nieve. Y galopan junto a ruidosas cascadas de agua, rocas
cubiertas de musgos y cavernas en las que resuena el eco; suben laderas con
fuertes vientos, cruzan las cumbres de montañas cubiertas de brezos, corren
vertiginosamente a través de ásperas lomas y bajan, y bajan, y bajan otra vez
hasta llegar al valle silvestre para recorrer enormes superficies de flores azules.
Era cerca del mediodía cuando llegaron hasta un precipicio, frente a un
castillo —un castillo que parecía de juguete desde el lugar en que se
encontraban— con una infinidad de torres puntiagudas. El León siguió su
carrera hacia abajo, a una velocidad increíble, que aumentaba cada minuto.
Antes de que las niñas alcanzaran a preguntarse qué era, estaban ya al nivel del
castillo. Ahora no les pareció de juguete sino, más bien, una fortaleza
amenazante que se elevaba frente a ellas.
No se veía rostro alguno sobre los muros almenados y las rejas estaban
firmemente cerradas. Aslan, sin disminuir en absoluto su paso, corrió directo
como una bala hacia el castillo.
—¡La casa de la Bruja! —gritó—. Ahora, ¡afírmense fuerte, niñas!