Page 97 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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¡Apártense de las puertas todos ustedes, pequeños!
Se aproximó de una zancada hasta las rejas y les dio un golpe..., otro
golpe..., y otro golpe con su enorme porra. Al primer golpazo, las puertas
rechinaron; al segundo, se rompieron estrepitosamente; y al tercero, se hicieron
astillas. Entonces el Gigante embistió contra las torres, a cada lado de las
puertas, y, después de unos minutos de violentos estrellones y sordos golpes,
ambas torres y un buen pedazo de muralla cayeron estruendosamente
convertidas en una masa de desechos y de piedras inservible; y cuando la
polvareda se dispersó y el aire se aclaró, para todos fue muy raro encontrarse
allí, parados en ese seco y horrible patio de piedra y ver, a través del boquete,
el pasto, los árboles ondulantes, los espumosos arroyos del bosque, las
montañas azules más atrás y, más allá de todo, el cielo.
—Estoy completamente bañado en sudor —dijo entonces el Gigante—.
Creo que no estaba en muy buenas condiciones físicas. ¿Alguna de las jóvenes
señoras tendrá algo así como un pañuelo?
—Yo tengo uno —dijo Lucía, empinándose en la punta de sus pies y
alzando el pañuelo tan alto como pudo.
—Gracias, señorita —dijo el Gigante Rumblebuffin, agachándose. Y
siguió un momento más bien inquietante para Lucía, pues se vio suspendida en
el aire, entre el pulgar y los demás dedos del Gigante. Pero cuando ella se
encontró cerca de su enorme cara, éste se detuvo repentinamente y, con toda
suavidad, volvió a dejarla en el suelo.
—¡Qué bendito! ¡He levantado a la niña! Perdóneme, señorita, creí que
era el pañuelo.
—¡No, no! —dijo Lucía, riendo—. ¡Aquí está el pañuelo!
Esta vez el Gigante se las arregló para tomarlo sin equivocarse; pero, para
él, un pañuelo era del mismo tamaño que una sacarina para ustedes. Por eso,
cuando Lucía vio que, con toda solemnidad, él frotaba su gran cara roja una y
otra vez, le dijo:
—Temo que ese pañuelo no le servirá de nada, señor Rumblebuffin.
—De ninguna manera. De ninguna manera —dijo el Gigante
cortésmente—. Es el mejor pañuelo que jamás he tenido. Tan fino, tan útil...
No sé como describirlo.
—¡Qué Gigante tan encantador! —dijo Lucía al señor Tumnus.
—¡Ah, sí —dijo el Fauno—. Todos los Buffins lo han sido siempre. Es una
de las familias más respetadas de Narnia. No muy inteligentes quizás (yo nunca
he conocido a un gigante que lo sea), pero una antigua familia, con
tradiciones..., tú sabes. Si hubiera sido de otra manera, ella nunca lo habría
transformado en estatua.
En ese momento, Aslan golpeó las manos y pidió silencio.
—El trabajo de este día no ha terminado aún —dijo—, y si la Bruja ha de