Page 91 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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—Ahora no.
                        —No es..., no es un... —preguntó Susana con voz vacilante, sin atreverse a
                  pronunciar la palabra fantasma.
                        Aslan inclinó la cabeza y con su lengua acarició la frente de la niña. El
                  calor de su aliento y un agradable olor que parecía desprenderse de su pelo, la
                  invadieron.
                        —¿Lo parezco? —preguntó.
                        —¡Es real! ¡Es real! ¡Oh Aslan!  —gritó Lucía, y ambas niñas se
                  abalanzaron sobre él y lo besaron.
                        —Pero ¿qué quiere decir todo esto? —preguntó Susana cuando se
                  calmaron un poco.
                        —Quiere decir —dijo Aslan— que, a pesar de que la Bruja sabía de la
                  Magia Profunda, hay una magia más profunda aún que ella no conoce. Su saber
                  llega sólo hasta el Amanecer del Tiempo. Pero si a ella le hubiera sido posible
                  mirar más hacia atrás, en la oscuridad y la quietud, antes de que el Tiempo
                  amaneciera, hubiese podido leer allí un encantamiento diferente. Y habría
                  sabido que cuando una víctima voluntaria, que no ha cometido traición, es
                  ejecutada en lugar de un traidor, la Mesa se quiebra y la Muerte misma
                  comienza a trabajar hacia atrás. Y ahora...
                        —¡Oh, sí!, ¿ahora? —exclamó Lucía, saltando y aplaudiendo.
                        —Niñas —dijo el León—, siento que la fuerza vuelve a mí. ¡Niñas,
                  alcáncenme si pueden!
                        Permaneció inmóvil por unos instantes, sus ojos iluminados y sus
                  extremidades palpitantes, y se azotó a sí mismo con su cola. Luego saltó muy
                  alto sobre sus cabezas y aterrizó al otro lado de la Mesa. Riendo, aunque sin
                  saber por qué, Lucía corrió para alcanzarlo. Aslan saltó otra vez y comenzó una
                  loca cacería que las hizo correr, siempre tras él, alrededor de la colina una y mil
                  veces. Tan pronto no les daba esperanzas de alcanzarlo como permitía que ellas
                  casi agarraran su cola; pasaba veloz entre las niñas, las sacudía en el aire con sus
                  fuertes, bellas y aterciopeladas manos o se detenía inesperadamente de manera
                  que los tres rodaban felices y reían en una confusión de piel, brazos y piernas.
                  Era una clase de juego y de saltos que nadie ha practicado jamás fuera de
                  Narnia. Lucía no podía determinar a qué se parecía más todo esto: si a jugar
                  con una tempestad de truenos o con un gatito. Lo más extraño fue que cuando
                  terminaron jadeantes al sol, las niñas no sintieron ni el más mínimo cansancio,
                  sed o hambre.
                        —Ahora —dijo luego Aslan—, a trabajar. Siento que voy a rugir. Sería
                  mejor que ustedes pongan sus dedos en sus oídos.
                        Así lo hicieron. Aslan se puso de pie y cuando abrió la boca para rugir, su
                  cara adquirió una expresión tan terrible que ellas no se atrevieron a mirarlo.
                  Vieron, en cambio, que todos los árboles  frente a él se inclinaban ante el
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