Page 86 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
P. 86
Susana y Lucía, sin respirar, esperaron el rugido de Aslan y su saltó para
atacar a sus enemigos. Pero nada de eso se produjo. Cuatro hechiceras, con
horribles muecas y miradas de reojo, aunque también (al principio) vacilantes y
algo asustadas de lo que debían hacer, se aproximaron a él.
—¡Átenlo, les digo! —repitió la Bruja.
Las hechiceras le arrojaron un dardo y chillaron triunfantes al ver que no
oponía resistencia. Luego otros —enanos y monos malvados— corrieron a
ayudarlas, y entre todos enrollaron una cuerda alrededor del inmenso León y
amarraron sus cuatro patas juntas. Gritaban y aplaudían como si hubieran
realizado un acto de valentía, aunque con sólo una de sus garras el León podría
haberlos matado a todos si lo hubiera querido. Pero no hizo ni un solo ruido, ni
siquiera cuando los enemigos, con terrible violencia, tiraron de las cuerdas en
tal forma que éstas penetraron su carne. Por último comenzaron a arrastrarlo
hacia la Mesa de Piedra.
—¡Alto! —dijo la Bruja—. ¡Que se le corte el pelo primero!
Otro coro de risas malvadas surgió de la multitud cuando un ogro se
acercó con un par de tijeras y se encuclilló al lado de la cabeza de Aslan. Snip-
snip-snip sonaron las tijeras y los rizos dorados comenzaron a caer y a
amontonarse en el suelo. El ogro se echó hacia atrás, y las niñas, que observaban
desde su escondite, pudieron ver la cara de Aslan, tan pequeña y diferente sin
su melena. Los enemigos también se percataron de la diferencia.
—¡Miren, no es más que un gato grande, después de todo! —gritó uno.
—¿De eso estábamos asustados? —dijo otro.
Y todos rodearon a Aslan y se burlaron de él con frases como "Miz, miz.
Pobre gatita", "¿Cuántas lauchas cazaste hoy, gato?" o "¿Quieres un platito de
leche?"
—¡Oh! ¿Cómo pueden? —dijo Lucía mientras las lágrimas corrían por sus
mejillas—. ¡Qué salvajes, qué salvajes!
Pero ahora que el primer impacto ante su vista estaba superado, la cara
desnuda de Aslan le pareció más valiente, más bella y más paciente que nunca.
—¡Pónganle un bozal! —ordenó la Bruja.
Incluso en ese momento, mientras ellos se afanaban junto a su cara para
ponerle el bozal, un mordisco de sus mandíbulas les hubiera costado las manos
a dos o tres de ellos. Pero no se movió. Esto pareció enfurecer a esa chusma.
Ahora todos estaban frente a él. Aquellos que tenían miedo de acercarse, aun
después de que el León quedó limitado por las cuerdas que lo ataban,
comenzaron ahora a envalentonarse y en pocos minutos las niñas ya no
pudieron verlo siquiera. Una inmensa muchedumbre lo rodeaba estrechamente
y lo pateaba, lo golpeaba, lo escupía y se mofaba de él.
Por fin, la chusma pensó que ya era suficiente. Entonces volvieron a
arrastrarlo amarrado y amordazado hasta la Mesa de Piedra. Unos empujaban y