Page 22 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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IV DELICIAS TURCAS
—Pero, ¿qué eres tú? —preguntó la Reina otra vez—. ¿Eres un enano
superdesarrollado que se cortó la barba?
—No, su Majestad. Nunca he tenido barba. Soy un niño —dijo Edmundo,
sin salir de su asombro.
—¡Un niño! —exclamó ella—. ¿Quieres decir que eres un Hijo de Adán?
Edmundo se quedó inmóvil sin pronunciar palabra. Realmente estaba
demasiado confundido como para entender el significado de la pregunta.
—Veo que eres idiota, además de ser lo que seas —dijo la Reina—.
Contéstame de una vez por todas, pues estoy a punto de perder la paciencia:
¿Eres un ser humano?
—Sí, Majestad —dijo Edmundo.
—¿Se puede saber cómo entraste en mis dominios? —Vine a través de un
ropero, su Majestad.
—¿Un ropero? ¿Qué quieres decir con eso? —Abrí la puerta y... me
encontré aquí, su Majestad —explicó Edmundo.
—¡Ah! —dijo la Reina más para sí misma que para él—. Una puerta. ¡Una
puerta del mundo de los hombres! Había oído cosas semejantes. Eso puede
arruinarlo todo. Pero es uno solo y parece muy fácil de contentar...
Mientras murmuraba estas palabras, se levantó de su asiento y con ojos
llameantes miró fijamente a la cara de Edmundo. Al mismo tiempo levantó su
vara.
Edmundo tuvo la seguridad de que ella haría algo espantoso, pero no fue
capaz de moverse. Entonces, cuando él ya se daba por perdido, ella pareció
cambiar sus intenciones.
—Mi pobre niño —le dijo con una voz muy diferente—. ¡Cuán helado
pareces! Ven a sentarte en el trineo a mi lado y te cubriré con mi manto.
Entonces podremos conversar.
Esta solución no le gustó nada a Edmundo. Sin embargo no se hubiera
atrevido jamás a desobedecerle. Subió al trineo y se sentó a los pies de la Reina.
Ella desplegó su piel alrededor del niño y lo envolvió bien.
—¿Te gustaría tomar algo caliente? —le preguntó.
—Sí, por favor, su Majestad —dijo Edmundo, cuyos dientes
castañeteaban.
La Reina sacó de entre los pliegues de sus mantos una pequeñísima botella
que parecía de cobre. Entonces estiró el brazo y dejó caer una gota de su
contenido sobre la nieve, junto al trineo. Por un instante, Edmundo vio que la
gota resplandecía en el aire como un diamante. Pero, en el momento de tocar la