Page 26 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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trineo tirado por renos, con su vara en la mano y la corona en su cabeza.
                        Edmundo comenzaba a sentirse incómodo por haber comido tantos
                  dulces. Pero cuando escuchó que la Dama con quien había hecho amistad era
                  una bruja peligrosa, se sintió mucho peor todavía. Pero aun así, tenía ansias de
                  comer Delicias turcas. Lo deseaba más que cualquier otra cosa.
                        —¿Quién te dijo todo eso acerca de la Bruja Blanca? —preguntó.
                        —El señor Tumnus, el Fauno —contestó Lucía.
                        —No puedes tomar en serio todo  lo que los faunos hablan —dijo
                  Edmundo, dándose aires de saber mucho más que Lucía.
                        —Y a ti, ¿quién te ha dicho una cosa semejante? —preguntó Lucía.
                        —Todo el mundo lo sabe —dijo Edmundo—. Pregúntale a quien quieras.
                  Además es una tontería que sigamos aquí, parados sobre la nieve. Vamos a
                  casa.
                        —Vamos —dijo Lucía—. ¡Oh, Edmundo, estoy tan contenta de que tú
                  hayas venido también! Los demás tendrán que creer en Narnia, ahora que
                  ambos hemos estado aquí. ¡Qué entretenido será!
                        Pero Edmundo pensaba secretamente que no sería tan divertido para él
                  como para ella. Debería admitir ante los demás que Lucía tenía razón. Por otra
                  parte, estaba seguro de que todos estarían de parte de los Faunos y los animales.
                  Y ya estaba casi totalmente del lado de la Bruja. No sabía qué iba a decir, ni
                  cómo guardaría su secreto cuando todos estuvieran hablando de Narnia.
                        Habían caminado ya un buen trecho cuando de pronto sintieron alrededor
                  de ellos el contacto de las pieles de los abrigos, en lugar del de las ramas de los
                  árboles. Un par de pasos más y se encontraron fuera del ropero, en el cuarto
                  vacío.
                        —¡Edmundo! Te ves muy mal —dijo Lucía, al mirar detenidamente a su
                  hermano—. ¿No te sientes bien?
                        —Estoy muy bien —respondió Edmundo, pero no era verdad. Se sentía
                  realmente enfermo.
                        —Vamos, entonces, muévete. Busquemos a los otros —dijo Lucía—.
                  ¡Imagínate todo lo que tenemos que contarles! ¡Y qué maravillosas aventuras
                  nos esperan ahora que todos estaremos juntos en esto!
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