Page 27 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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V      DE REGRESO A ESTE LADO DE LA PUERTA



                  Lucía y Edmundo tardaron algún tiempo en encontrar a sus hermanos, ya que
                  continuaban jugando a las escondidas. Cuando por fin estuvieron todos juntos
                  (lo que sucedió en la sala larga donde estaba la armadura), Lucía estalló:
                        —¡Pedro! ¡Susana! Todo es verdad. Edmundo también lo vio. Hay un país
                  al otro lado del ropero. Nosotros dos estuvimos allá. Nos encontramos en el
                  bosque. ¡Vamos, Edmundo, cuéntales!
                        —¿De qué se trata esto, Edmundo? —preguntó Pedro.
                        Y aquí llegamos a una de las partes más feas de esta historia. Hasta ese
                  momento, Edmundo se sentía enfermo, malhumorado y molesto con Lucía
                  porque ella había tenido razón. Todavía no decidía qué actitud iba a tomar,
                  pero cuando de pronto Pedro lo interpeló, resolvió hacer lo peor y lo más
                  odioso que se le pudo ocurrir: dejar a Lucía mal puesta ante sus hermanos.
                        —Cuéntanos, Ed —insistió Susana.
                        Edmundo, como si fuera mucho mayor que Lucía (ellos tenían solamente
                  un año de diferencia), se dio aires de superioridad, y en tono despectivo dijo:
                        —¡Oh, sí! Lucía y yo hemos estado jugando, como si todo lo del país al
                  otro lado del ropero fuera verdad... Sólo para entretenernos, por supuesto. Lo
                  cierto es que allá no hay nada.
                        La pobre Lucía le dio una sola mirada y corrió fuera de la sala.
                        Edmundo, que se transformaba por minutos en una persona cada vez más
                  despreciable, creyó haber tenido mucho éxito.
                        —Allí va otra vez. ¿Qué será lo que le pasa? Esto es lo peor de los niños
                  pequeños; ellos siempre...
                        —¡Mira, tú! —exclamó Pedro, volviéndose hacia él con fiereza—.
                  ¡Cállate! Te has portado como un perfecto animal con Lu desde que ella
                  empezó con esta historia del ropero. Ahora le sigues la corriente y juegas con
                  ella sólo para hacerla hablar. Pienso que lo haces siemplemente por rencor.
                        —Pero todo esto no tiene sentido... —dijo Edmundo, muy sorprendido.
                        —Por supuesto que no —respondió Pedro—; ése es justamente el asunto.
                  Lu estaba muy bien cuando dejamos nuestro hogar, pero, desde que estamos
                  aquí, está rara, como si algo pasara en su mente o se hubiera transformado en la
                  más horrible mentirosa. Sin embargo, sea lo que fuere, ¿crees que le haces algún
                  bien al burlarte de ella y molestarla un día para darle ánimos al siguiente?
                        —Pensé..., pensé... —murmuró Edmundo, pero la verdad fue que no se le
                  ocurrió qué decir.
                        —Tú no pensaste nada de nada —dijo Pedro—. Es sólo rencor. Siempre te
                  ha gustado ser cruel con cualquier niño menor que tú. Ya lo hemos visto antes,
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