Page 33 - ¡Ay, cuánto me quiero!
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mi  amigo  imaginario  que  in­

         venté.

                — ¡Ah!  ¡Eres  tú!  — me  dijo

         la  mamá  de  esa  niña— .  Hola,

         lindo.  La llamo enseguida.

                — No,  no  — le  dije  yo— .

         Este no es un asunto que se pue­

         da conversar por teléfono.  Dígale

         a esa niña que vaya a su pieza por­

         que yo me voy a subir a mi árbol.
         Ahí hablaré con ella —y colgué.


                La  mamá  de  esa  niña  debe
         ser  una  mujer  muy  inteligente,


         porque supo lo lindo que soy sin
         siquiera verme.

                 Bajé  la  escalera  de  mi  casa,

         salí a mi jardín, subí a mi árbol y

         me senté en mi rama, frente a la

         ventana de esa niña.


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