Page 37 - ¡Ay, cuánto me quiero!
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noche. Entonces me di cuenta que


 si yo los había inventado, yo mis­
 ma  los  podía  hacer  desaparecer.


 De  ahora  en  adelante,  no  habrá
 ningún monstruo que me asuste.


 — También  te  puedo  in­
 ventar  monstruos  de  la  noche si

 quieres  — le  dije— .  Incluso

 monstruos  que  funcionen  en  la

 noche y en el día también.  Ella sonrió y me dijo:

 — No,  pero  gracias  por  tus   — Con  quien  he  estado ju­

 buenas intenciones.  gando  todo  este  tiempo  desde

 Nos  quedamos  callados. Yo   ayer.

 sentado en la rama de mi árbol y   — ¿Quién  es  ése?  — le  pre­

 ella asomada por la ventana. En­  gunté.

 tonces tuve una duda y se la pre­  — ¡Tú, por supuesto! — res­

 gunté:  pondió— . Tú eres mi amigo.

 — ¿Y ahora con quién vas a   — Pero  yo  no  soy imagina­

 jugar?  rio — le expliqué.


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