Page 4 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Prólogo
El remordimiento crónico, y en ello están acordes todos los moralistas, es
un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete,
enmienda tus yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de
comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes entregarte a una
morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor
manera de limpiarse.
También el arte tiene su moral, y muchas de las reglas de esta moral son
las mismas que las de la ética corriente, o al menos análogas a ellas. El
remordimiento, por ejemplo, es tan indeseable en relación con nuestra creación
artística como en relación con las malas acciones. En el futuro, la maldad debe
ser perseguida, reconocida, y, en lo posible, evitada. Llorar sobre los errores
literarios de veinte años atrás, intentar enmendar una obra fallida para darle la
perfección que no logró en su primera ejecución, perder los años de la madurez
en el intento de corregir los pecados artísticos cometidos y legados por esta
persona ajena que fue uno mismo en la juventud, todo ello, sin duda, es vano y
fútil. De aquí que este nuevo Un mundo feliz sea exactamente igual al viejo. Sus
defectos como obra de arte son considerables; mas para corregirlos debería
haber vuelto a escribir el libro, y al hacerlo, como un hombre mayor, como otra
persona que soy, probablemente hubiese soslayado no sólo algunas de las faltas
de la obra, sino también algunos de los méritos que poseyera originalmente. Así,
resistiéndome a la tentación de revolcarme en los remordimientos artísticos,
prefiero dejar tal como está lo bueno y lo malo del libro y pensar en otra cosa.
Sin embargo, creo que sí merece la pena, al menos, citar el más grave
defecto de la novela, que es el siguiente. Al Salvaje se le ofrecen sólo dos
alternativas: una vida insensata en Utopía, o la vida de un primitivo en un
poblado indio, una vida más humana en algunos aspectos, pero en otros casi
igualmente extravagante y anormal. En la época en que este libro fue escrito,
esta idea de que a los hombres se les ofrece el libre albedrío para elegir entre la
locura de una parte y la insania de otra, se me antojaba divertida y la
consideraba como posiblemente cierta. Sin embargo, en atención a los efectos
dramáticos, a menudo se permite al Salvaje hablar más racionalmente de lo que
su educación entre los miembros practicantes de una religión, que es una
mezcla del culto a la fertilidad y de la ferocidad de los «Penitentes», le hubiese
permitido hacerlo en realidad. Ni siquiera su conocimiento de Shakespeare
basta para justificar sus expresiones. Y al final, naturalmente, se les hace
abandonar la cordura, su Penitentismo nativo recobra la autoridad sobre él, y el
Salvaje acaba en una autotortura de maniático y un suicidio de desesperación. Y
así, después de todo, murieron miserablemente, con gran satisfacción por parte
del divertido y pirrónico esteta que era el autor de la fábula.
Actualmente no siento deseos de demostrar que la cordura es imposible.
Por el contrario, aunque sigo estando no menos tristemente seguro de que en el
pasado la cordura es un fenómeno muy raro, estoy convencido de que cabe
alcanzarla y me gustaría verla en acción más a menudo. Por haberlo dicho en
varios libros míos recientes, y, sobre todo, por haber compilado una antología
de lo que los cuerdos han dicho sobre la cordura y sobre los medios por los
cuales puede lograrse, un eminente crítico académico ha dicho de mí que
constituyo un triste síntoma del fracaso de una clase intelectual en tiempos de