Page 23 - Un-mundo-feliz-Huxley
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garrapateando  desesperadamente  mientras  caminaban  hasta  llegar  al
                  ascensor—. La educación moral, que nunca, en ningún caso, debe ser racional.
                        —Silencio, silencio —susurró un altavoz, cuando salieron del ascensor, en
                  la decimocuarta planta, y «Silencio, silencio» repetían incansables los altavoces,
                  situados  a  intervalos  en  todos  los  pasillos.  Los  estudiantes  y  hasta  el  propio
                  director empezaron a caminar automáticamente sobre las puntas de los pies. Sí,
                  ellos  eran  Alfas,  desde  luego;  pero  también  los  Alfas  han  sido  condicionados.
                  «Silencio, silencio». El aire todo de la planta decimocuarta vibraba con aquel
                  imperativo categórico.
                        Unos cincuenta metros recorridos de puntillas los llevaron ante una puerta
                  que  el  director  abrió  cautelosamente.  Cruzando  el  umbral,  penetraron  en  la
                  penumbra de un dormitorio cerrado. Ochenta camastros se alineaban junto a la
                  pared. Se oía una respiración regular y ligera, y un murmullo continuo, como de
                  voces muy débiles que susurraran a lo lejos.
                        En cuanto entraron, una enfermera se levantó y se cuadró ante el director.
                        —¿Cuál es la lección de esta tarde? —preguntó éste.
                        —Durante  los  primeros  cuarenta  minutos  tuvimos  Sexo  Elemental  —
                  contestó  la  enfermera—.  Pero  ahora  hemos  pasado  a  Conciencia  de  Clase
                  Elemental.
                        El  director  paseó  lentamente  a  lo  largo  de  la  larga  hilera  de  literas.
                  Sonrosados y relajados por el sueño, ochenta niños y niñas yacían, respirando
                  suavemente.
                        Debajo  de  cada  almohada  se  oía  un  susurro.  El  DIC  se  detuvo,  e
                  inclinándose sobre una de las camitas, escuchó atentamente.
                        —¿Conciencia  de  Clase  Elemental?  —dijo  el  director—.  Vamos  a  hacerlo
                  repetir por el altavoz.
                        Al  extremo  de  la  sala  un  altavoz  sobresalía  de  la  pared.  El  director  se
                  acercó al mismo y pulsó un interruptor.
                        «…  todos  visten  de  color  verde  —dijo  una  voz  suave  pero  muy  clara,
                  empezando en mitad de una frase—, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh,
                  no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son
                  demasiado tontos para poder leer o escribir. Además, visten de negro, que es un
                  color asqueroso. Me alegro mucho de ser un Beta».
                        Se produjo una pausa; después la voz continuó:
                        «Los niños Alfa visten de color gris. Trabajan mucho más duramente que
                  nosotros,  porque  son  terriblemente  inteligentes.  De  verdad,  me  alegro
                  muchísimo  de  ser  Beta,  porque  no  trabajo  tanto.  Y,  además,  nosotros  somos
                  mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Los Gammas son tontos. Todos
                  visten  de  color  verde,  y  los  niños  Delta  visten  todos  de  caqui.  ¡Oh,  no,  yo  no
                  quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado
                  tontos para…»
                        El  director  volvió  a  cerrar  el  interruptor.  La  voz  enmudeció.  Sólo  su
                  desvaído fantasma siguió susurrando desde debajo de las ochenta almohadas.
                        —Todavía  se  lo  repetirán  cuarenta  o  cincuenta  veces  antes  de  que
                  despierten, y lo mismo en la sesión del jueves, y otra vez el sábado. Ciento veinte
                  veces, tres veces por semana, durante treinta meses. Después de lo cual pueden
                  pasar a una lección más adelantada.
                        Rosas  y  descargas  eléctricas,  el  caqui  de  los  Deltas  y  una  vaharada  de
                  asafétida,  indisolublemente  relacionados  entre  sí  antes  de  que  el  niño  sepa
                  hablar. Pero el condicionamiento sin palabras es algo tosco y burdo; no puede
                  hacer distinciones más sutiles, no puede inculcar las formas de comportamiento
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