Page 21 - Un-mundo-feliz-Huxley
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—¿Y no consumían transporte? —preguntó el estudiante.
                        —Mucho —contestó el DIC—. Pero sólo transporte.
                        Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son gratuitos.
                  El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas. Se decidió abolir el amor
                  a  la  Naturaleza,  al  menos  entre  las  castas  más  bajas;  abolir  el  amor  a  la
                  Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque, desde luego,
                  era  esencial,  que  siguieran  deseando  ir  al  campo,  aunque  lo  odiaran.  El
                  problema residía en hallar una razón económica más poderosa para consumir
                  transporte que la mera afición a las prímulas y los paisajes. Y lo encontraron.
                        —Condicionamos a las masas de modo que odien el campo —concluyó el
                  director—.  Pero  simultáneamente  las  condicionamos  para  que  adoren  los
                  deportes campestres. Al mismo tiempo, velamos para que todos los deportes al
                  aire libre entrañen el uso de aparatos complicados. Así, además de transporte,
                  consumen artículos manufacturados. De ahí estas descargas eléctricas.
                        —Comprendo —dijo el estudiante.
                        Y presa de admiración, guardó silencio.
                        El  silencio  se  prolongó;  después,  aclarándose  la  garganta,  el  director
                  empezó:
                        —Tiempo ha, cuando Nuestro Ford estaba todavía en la Tierra, hubo un
                  chiquillo  que  se  llamaba  Reuben  Rabinovich.  Reuben  era  hijo  de  padres  de
                  habla polaca. Usted sabe lo que es el polaco, desde luego.
                        —Una lengua muerta.
                        —Como  el  francés  y  el  alemán  —agregó  otro  estudiante,  exhibiendo
                  oficiosamente sus conocimientos.
                        —¿Y «padre»? —preguntó el DIC.
                        Se  produjo  un  silencio  incómodo.  Algunos  muchachos  se  sonrojaron.
                  Todavía no habían aprendido a identificar la significativa pero a menudo muy
                  sutil distinción entre obscenidad y ciencia pura. Uno de ellos, al fin, logró reunir
                  valor suficiente para levantar la mano.
                        —Los  seres  humanos  antes  eran…  —vaciló;  la  sangre  se  le  subió  a  las
                  mejillas—. Bueno, eran vivíparos.
                        —Muy bien —dijo el director, en tono de aprobación.
                        —Y cuando los niños eran decantados…
                        —Cuando nacían —surgió la enmienda.
                        —Bueno, pues entonces eran los padres… Quiero decir, no los niños, desde
                  luego, sino los otros.
                        El pobre muchacho estaba abochornado y confuso.
                        —En suma —resumió el director—. Los padres eran el padre y la madre. —
                  La obscenidad, que era auténtica ciencia, cayó como una bomba en el silencio de
                  los muchachos, que desviaban las miradas—. Madre —repitió el director en voz
                  alta,  para  hacerles  entrar  la  ciencia;  y,  arrellanándose  en  su  asiento,  dijo
                  gravemente—:  Estos  hechos  son  desagradables,  lo  sé.  Pero  la  mayoría  de  los
                  hechos históricos son desagradables.
                        Luego volvió al pequeño Reuben, al pequeño Reuben, en cuya habitación,
                  una noche, por descuido, su padre y su madre (¡lagarto, lagarto!) se dejaron la
                  radio en marcha. (Porque deben ustedes recordar que en aquellos tiempos de
                  burda reproducción vivípara, los niños eran criados siempre con sus padres y no
                  en los Centros de Condicionamiento del Estado.)
                        Mientras el chiquillo dormía, de pronto la radio empezó a dar un programa
                  desde  Londres  y  a  la  mañana  siguiente,  con  gran  asombro  de  sus  lagarto  y
                  lagarto  (los  muchachos  más  atrevidos  osaron  sonreírse  mutuamente),  el
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