Page 99 - El contrato social
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mucho de estarlo en una curia.
      Servio hizo una tercera división que no tenía ninguna relación con las dos precedentes, y esta

  tercera llegó a ser por sus efectos la más importante de todas. Distribuyó el pueblo romano en seis
  clases, que no distinguió ni por el lugar ni por los hombres, sino por los bienes; de modo que las
  primeras clases las nutrían los ricos; las últimas, los pobres, y las medias, los que disfrutaban una

  fortuna intermedia. Estas seis clases estaban subdivididas en ciento noventa y tres cuerpos, llamados
  centurias, y estos cuerpos distribuidos de tal modo que la primera clase comprendía ella sola más de

  la  mitad  de  aquéllos,  y  la  última  exclusivamente  uno.  De  esta  suerte  resulta  que  la  clase  menos
  numerosa en hombres era la más numerosa en centurias, y que la última clase no contaba más que
  una subdivisión, aunque contuviese más de la mitad de los habitantes de Roma.
      Para que el pueblo no se diese cuenta de las consecuencias de esta última reforma, Servio afectó

  darle un aspecto militar; insertó en la segunda clase dos centurias de armeros, y dos de instrumentos
  de guerra en la cuarta; en cada clase, excepto en la última, distinguió los jóvenes de los viejos, es

  decir, los que estaban obligados a llevar armas de aquellos que por su edad estaban exentos, según las
  leyes; distinción que, más que la de los bienes, produjo la necesidad de rehacer con frecuencia el
  censo o empadronamiento; en fin, quiso que la asamblea tuviese lugar en el campo de Marte, y que
  todos aquellos que estuviesen en edad de servir acudiesen con sus armas.

      La razón por la cual no siguió esta misma separación de jóvenes y viejos en la última clase es que
  no se concedía al populacho, del cual estaba compuesta, el honor de llevar las armas por la patria; era

  preciso tener hogares para alcanzar el derecho de defenderlos, y de estos innumerables rebaños de
  mendigos que lucen hoy los reyes en sus ejércitos, acaso no haya uno que hubiese dejado de ser
  arrojado con desdén de una cohorte romana cuando los soldados eran los defensores de la libertad.

      Se distinguió, sin embargo, en la última clase a los proletarios de aquellos a quienes se llamaba
  capite censi.
      Los  primeros  no  estaban  reducidos  por  completo  a  la  nada  y  daban,  al  menos,  ciudadanos  al

  Estado; a veces, en momentos apremiantes, hasta soldados. Los que carecían absolutamente de todo y
  no se les podía empadronar más que por cabezas, eran considerados como nulos, y Mario fue el
  primero que se dignó alistarlos.

      Sin  decidir  aquí  si  este  último  empadronamiento  era  bueno  o  malo  en  sí  mismo,  creo  poder
  afirmar que sólo las costumbres sencillas de los primeros romanos, su desinterés, su gusto por la
  agricultura,  su  desprecio  por  el  comercio  y  por  la  avidez  de  las  ganancias,  podían  hacerlo

  practicable. ¿Dónde está el pueblo moderno en el cual el ansia devoradora, el espíritu inquieto, la
  intriga,  los  cambios  continuos,  las  perpetuas  revoluciones  de  las  fortunas,  puedan  dejar  subsistir
  veinte años una organización semejante sin transformar todo el Estado? Es preciso notar bien que las

  costumbres y la censura, más fuertes que esta misma institución, corrigieron los vicios de ella en
  Roma,  y  que  hubo  ricos  que  se  vieron  relegados  a  la  clase  de  los  pobres  por  haber  ostentado
  demasiado su riqueza.

      De todo esto se puede colegir fácilmente por qué no se ha hecho mención, casi nunca, más que de
  cinco clases, aunque realmente haya habido seis. La sexta, como no proveía ni de soldados al ejército
  ni de votantes al campo de Marte       [45] , y como además no era casi de ninguna utilidad en la república,

  rara vez se contaba con ella para nada.
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