Page 110 - El contrato social
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el espíritu dominador del cristianismo era incompatible con su sistema, y que el interés del sacerdote
sería siempre más fuerte que el del Estado. Lo que ha hecho odiosa su política no es tanto lo que hay
de horrible y falso en ella cuanto lo que encierra de justo y cierto [56] .
Yo creo que desarrollando desde este punto de vista los hechos históricos se refutarían fácilmente
los sentimientos opuestos de Bayle y de Warburton, uno de los cuales pretende que ninguna religión
es útil al cuerpo político, en tanto sostiene el otro, por el contrario, que el cristianismo es el más
firme apoyo de él. Se podría probar al primero que jamás fue fundado un Estado sin que la religión
le sirviese de base, y al segundo, que la ley cristiana es en el fondo más perjudicial que útil a la fuerte
constitución de Estado. Para terminar de hacerme entender, sólo hace falta dar un poco más de
precisión a las ideas demasiado vagas de religión relativas a mi asunto.
La religión, considerada en relación con la sociedad, que es o general o particular, puede también
dividirse en dos clases, a saber: la religión del hombre y la del ciudadano. La primera, sin templos,
sin altares, sin ritos, limitada al culto puramente interior del Dios supremo y a los deberes eternos de
la Moral, es la pura y simple religión del Evangelio, el verdadero teísmo y lo que se puede llamar el
derecho divino natural. La otra, inscrita en un solo país, le da sus dioses, sus patronos propios y
tutelares; tiene sus dogmas, sus ritos y su culto exterior, prescrito por leyes. Fuera de la nación que la
sigue, todo es para ella infiel, extraño, bárbaro; no entiende los deberes y los derechos del hombre
sino hasta donde llegan sus altares. Tales fueron las religiones de los primeros pueblos, a las cuales
se puede dar el nombre de derecho divino, civil o positivo.
Existe una tercera clase de religión, más rara, que dando a los hombres dos legislaciones, dos
jefes, dos patrias, los somete a deberes contradictorios y les impide poder ser a la vez devotos y
ciudadanos. Tal es la religión de los lamas, la de los japoneses y el cristianismo romano. Se puede
llamar a esto la religión del sacerdote, y resulta de ella una clase de derecho mixto e insociable que
no tiene nombre.
Considerando políticamente estas tres clases de religiones, se encuentran en ellas todos los
defectos de éstas. La tercera es tan evidentemente mala, que es perder el tiempo distraerse en
demostrarlo; todo lo que rompe la unidad social no tiene valor ninguno; todas las instituciones que
ponen al hombre en contradicción consigo mismo, tampoco tienen valor alguno.
La segunda es buena en cuanto reúne el culto divino y el amor de las leyes, y, haciendo a la patria
objeto de la adoración de los ciudadanos, les enseña que servir al Estado es servir al dios tutelar. Es
una especie de teocracia, en la cual no se debe tener otro pontífice que el príncipe ni otros sacerdotes
más que los magistrados. Entonces, morir por la patria es ir al martirio; violar las leyes es ser impío,
y someter a un culpable a la execración pública es dedicarlo a la cólera de los dioses: Sacer esto.
Pero es mala porque, estando fundada sobre el error y la mentira, engaña a los hombres, los hace
crédulos, supersticiosos y ahoga el verdadero culto de la Divinidad en un vano ceremonial.
Pero es mala, además porque al ser exclusiva y tiránica hace a un pueblo sanguinario e
intolerante, de modo que no respira sino ambiente de asesinatos y matanzas, y cree hacer una acción
santa matando a cualquiera que no admite sus dioses. Esto coloca a un pueblo semejante en un estado
natural de guerra con todos los demás, muy perjudicial para su propia seguridad.
Queda, pues, la religión del Hombre, o el cristianismo, no el de hoy, sino el del Evangelio, que es
completamente diferente. Por esta religión santa, sublime, verdadera, los hombres, hijos del mismo