Page 109 - El contrato social
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dioses a abandonarla, y cuando dejaban a los tarentinos con sus dioses irritados es que consideraban
a estos dioses como sometidos a los suyos u obligados a rendirles homenaje. Dejaban a los vencidos
sus dioses, como les dejaban sus leyes. Una corona al Júpiter del Capitolio era con frecuencia el
único tributo que les imponían.
En fin: habiendo extendido los romanos su culto y sus dioses al par que su Imperio, y habiendo
adoptado con frecuencia ellos mismos los de los vencidos, concediendo a unos y a otros el derecho
de ciudad, halláronse insensiblemente los pueblos de este vasto Imperio con multitud de dioses y de
cultos, los mismos próximamente, en todas partes; y he aquí cómo el paganismo no fue al fin en el
mundo conocido sino una sola y misma religión.
En estas circunstancias fue cuando Jesús vino a establecer sobre la tierra su reino espiritual; el
cual, separando el sistema teológico del político, hizo que el Estado dejase de ser uno y originó
divisiones intestinas, que jamás han dejado de agitar a los pueblos cristianos. Ahora bien; no
habiendo podido entrar nunca esta idea nueva de un reino del otro mundo en la cabeza de los
paganos, miraron siempre a los cristianos como verdaderos rebeldes, que bajo una hipócrita
sumisión no buscaban más que el momento de hacerse independientes y dueños y usurpar
diestramente la autoridad que fingían respetar en su debilidad. Tal fue la causa de las persecuciones.
Lo que los paganos habían temido, ocurrió. Entonces todo cambió de aspecto: los humildes
cristianos cambiaron de lenguaje, y en seguida se ha visto a tal pretendido reino del otro mundo
advenir en éste, bajo un jefe visible, el más violento despotismo.
Sin embargo, como siempre ha habido un príncipe y leyes civiles, ha resultado de este doble
poder un perpetuo conflicto de jurisdicción, que ha hecho imposible toda buena organización en los
Estados cristianos y jamás se ha llegado a saber cuál de los dos, si el señor o el sacerdote, era el que
estaba obligado a obedecer.
Muchos pueblos, sin embargo, en Europa o en su vecindad, han querido conservar o restablecer
el antiguo sistema, pero sin éxito; el espíritu del cristianismo lo ha ganado todo. El culto sagrado ha
permanecido siempre, o se ha convertido de nuevo en independiente del soberano y sin unión
necesaria con el cuerpo del Estado. Mahoma tuvo aspiraciones muy sanas; trabó bien su sistema
político, y en tanto que subsistió la forma de su gobierno bajo los califas, sus sucesores, este
gobierno fue exactamente uno y bueno en esto. Pero habiendo llegado al florecimiento los árabes y
convertidos en cultos, corteses, blandos y cobardes, fueron sojuzgados por los bárbaros, y entonces
la división entre los dos poderes volvió a comenzar. Aunque esta dualidad sea menos aparente entre
los mahometanos que entre los cristianos, se encuentra en todas partes, sobre todo en la secta de Alí y
hay Estados, como Persia, donde no deja de hacerse sentir.
Entre nosotros, los reyes de Inglaterra se han constituido como jefes de la Iglesia; otro tanto han
hecho los zares, pero aun con este título son menos señores en ella que ministros; no han adquirido
tanto el derecho de cambiarla cuanto el poder de mantenerla; no son allí legisladores, sino que sólo
son príncipes. Dondequiera que el clero constituye un cuerpo [55] es señor y legislador en su patria.
Hay, pues, dos poderes, dos soberanos, en Inglaterra y en Rusia, lo mismo que antes.
De todos los autores cristianos, el filósofo Hobbes es el único que ha visto bien el mal y el
remedio; que se ha atrevido a proponer reunir las dos cabezas del águila y reducir todo a unidad
política, sin lo cual jamás estará bien constituido ningún Estado ni gobierno. Pero ha debido ver que