Page 113 - El contrato social
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negativos, los reduzco a uno solo: la intolerancia; ésta entra en los cultos que hemos excluido.
      Los que distinguen la intolerancia civil de la teológica, se equivocan en mi opinión. Estas dos

  intolerancias son inseparables. Es imposible vivir en paz con gentes a quienes se cree condenadas;
  amarlas, sería odiar a Dios, que las castiga; es absolutamente preciso rechazarlas o atormentarlas.
  Dondequiera  que  la  intolerancia  teológica  está  admitida,  es  imposible  que  no  tenga  algún  efecto

  civil [59] , y tan pronto como lo tiene, el soberano deja de serlo, hasta en lo temporal; desde entonces
  los sacerdotes son los verdaderos amos; los reyes, sus subordinados.

      Ahora que no existe ni puede existir religión nacional exclusiva, se deben tolerar todas aquellas
  que toleran a las otras, mientras sus dogmas no tengan nada contrario a los deberes del ciudadano.
  Pero cualquiera que se atreva a decir fuera de la Iglesia no hay salvación, deje ser echado del Estado,
  a menos que el Estado no sea la Iglesia y que el príncipe no sea el pontífice. Tal dogma no conviene

  sino  a  un  gobierno  teocrático:  en  cualquier  otro  es  pernicioso.  La  razón  por  la  cual  se  dice  que
  Enrique IV abrazó la religión romana debería ser un motivo para que la dejase todo hombre honrado

  y, sobre todo, todo príncipe que supiese razonar         [60] .
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