Page 101 - Cien Años de Soledad
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Cien años de soledad

                                                                                     Gabriel  García Márquez


           levantada de   indignidad,  junto  a un anónimo  presidente  de  la  república que  les  regaló  unos
           botones con   su  efigie  para que los usaran  en  la  solapa, y les restituyó una  bandera sucia de
           sangre  y de  pólvora para  que  la  pusieran sobre  sus  ataúdes.  Los  otros,  los  más  dignos,  todavía
           esperaban una carta en la penumbra de la caridad pública, muriéndose de hambre, sobreviviendo
           de  rabia,  pudriéndose  de  viejos  en  la  exquisita mierda de  la  gloria.  De  modo  que  cuando  el
           coronel  Aureliano  Buendía lo  invitó  a promover  una conflagración mortal  que  arrasara  con todo
           vestigio  de  un régimen de  corrupción y de   escándalo  sostenido  por  el  invasor  extranjero,  el
           coronel Gerineldo Márquez no pudo reprimir un estremecimiento de compasión.
              -Ay,  Aureliano  -suspiró-,  ya sabía que  estabas  viejo,  pero  ahora me  doy cuenta que  estás
           mucho más viejo de lo que pareces.










































































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