Page 193 - Tokio Blues - 3ro Medio
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madura. He salido del sanatorio para decirte esto. He venido desde lejos, en aquel tren que parece
               un sarcófago...
                   —Comprendo  muy  bien  lo  que  tratas  de  advertirme  —dije—.  Pero  todavía  no  estoy
               preparado. Tuvo un funeral tan triste... Nadie debería morir de este modo...
                   Reiko alargó la mano y me acarició la cabeza.
                   —Todos moriremos de este modo un día u otro.

                   Caminamos unos cinco minutos a lo largo del río hasta los baños públicos y al volver a casa
               nos sentimos como nuevos. Abrimos la botella de vino y nos sentamos en el porche.
                   —Watanabe, ¿te importaría servirme otra copa?
                   —Por supuesto.
                   —Celebraremos el funeral de Naoko —soltó Reiko—. Uno que no sea triste.
                   Le traje la copa y Reiko la llenó de vino hasta los bordes, que puso sobre la linterna de piedra
               del jardín. Después se sentó en el porche, se apoyó en la columna, tomó la guitarra y fumó un
               cigarrillo.
                   —¿Tienes cerillas? ¿Puedes traerme una caja? La más grande que tengas.
                   Le llevé la caja de cerillas de la cocina y me senté a su lado.
                   —Cada vez que yo toque una canción, tú pones una cerilla allí, una al lado de la otra. Tocaré
               tantas canciones como pueda.
                   Primero hizo una interpretación serena y bellísima de Dear Heart, de Henry Mancini.
                   —Este disco se lo regalaste tú, ¿no?
                   —Sí. Hace dos años, por Navidad. A ella le encantaba esta melodía.
                   —A mí también. Es tan dulce, tan hermosa...
                   Y, tras rasguear deprisa algunos acordes de Dear Heart, tomó un sorbo de vino.
                   —Veremos cuántas canciones puedo tocar antes de emborracharme. Un funeral así no está
               nada mal, ¿no te parece? No es triste.
                   Reiko pasó, a los Beatles y tocó Norwegian Wood, Yesterday, Michelle, Something. Después
               cantó, acompañándose de la guitarra, Here Comes the Sun. Al final interpretó The Fool of the
               Hill. Puse siete cerillas en fila.
                   —Siete canciones. —Reiko tomó un sorbo de vino y fumó un cigarrillo—. Ellos debían de
               conocer muy bien la soledad y la dulzura de la vida humana, ¿no crees?
                   Con  «ellos»  Reiko  se  refería,  por  supuesto,  a  John  Lennon,  Paul  McCartney  y  George
               Harrison.
                   Tras  un  breve  descanso,  Reiko  apagó  el  cigarrillo,  tomó  la  guitarra  y  tocó  Penny  Lane,
               Blackbird, Julia, When I’m 64, Nowhere Man, And I Love Her y Hey Jude.
                   —¿Cuántas son?
                   —Catorce —dije.
                   —¿Y tú no cantas ninguna? —Suspiró.
                   —No sé cantar.
                   —Qué más da.
                   Traje  mi  guitarra  y,  a  trancas  y  barrancas,  logré  entonar  Up  on  the  Roof.  Mientras  tanto,
               Reiko  fumó  tranquilamente  un  cigarrillo  y  estuvo  bebiendo  vino.  Cuando  acabé  de  tocar,  me
               aplaudió con entusiasmo.
                   A continuación, Reiko tocó una adaptación para guitarra de Pavanne for a Dying Queen, de
               Ravel, e hizo una bella interpretación del Claro de luna, de Debussy.
                   —He  perfeccionado  estas  dos  melodías  tras  la  muerte  de  Naoko  —me  contó  Reiko—.
               Aunque ella, hasta el último día, sintió debilidad por las melodías sentimentales.
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