Page 194 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Luego tocó algunas canciones de Burt Bacharach: Close to You, Raindrops Keep Falling on
               my Head, Walk on By, Wedding Bell Blues.
                   —Ya tenemos veinte —informé.
                   —Parezco  una  gramola  —dijo  Reiko  divertida—.  Si  mis  profesores  del  conservatorio  me
               vieran, se sorprenderían.
                   Entre  pitillos  y  sorbos  de  vino,  fue  tocando,  una  tras  otra,  todas  las  canciones  que  sabía.
               Interpretó unas diez de bossa nova y otras muchas de Rogers and Hart, Gershwin, Bob Dylan,
               Ray Charles, Carole King, los Beach Boys, Stevie Wonder, y también Ue o muite arukoo, Blue
               Velvet y Green Fields. En fin, todo tipo de música. A veces cerraba los ojos, o ladeaba la cabeza,
               o tarareaba siguiendo el compás de la música.
                   Tras el vino, echamos mano de la botella de whisky. Derramé el vino que había dentro de la
               copa sobre la linterna y llené la copa de whisky.
                   —¿Cuántas canciones tenemos ahora?
                   —Cuarenta y ocho —contesté.
                   La que hizo cuarenta y nueve fue Eleanor Rigby, y al final volvió a tocar Norwegian Wood.
               Al llegar a la canción número cincuenta, Reiko se tomó un respiro y bebió un trago de whisky.
                   —Tal vez sea suficiente.
                   —Desde luego. Es increíble.
                   —Ahora, escúchame, Watanabe. Olvídate de lo triste que fue aquel funeral. —Reiko me miró
               a los ojos—. Acuérdate sólo de éste. Ha sido precioso, ¿no es cierto?
                   Asentí a sus palabras.
                   —Una canción más de propina —dijo Reiko. Tocó, como número cincuenta y uno, la Fuga
               de Bach de siempre.
                   —Watanabe, ¿te apetece hacerlo? —me susurró al terminar de tocar.
                   —Es extraño —reconocí—. Yo estaba pensando lo mismo.

                   En la habitación oscura, con las ventanas cerradas, Reiko y yo nos abrazamos como si fuera
               lo más natural del mundo y buscamos el cuerpo del otro. Le quité la camisa, los pantalones, la
               ropa interior.
                   —He llevado una vida curiosa, pero no se me había pasado por la cabeza la posibilidad de
               que algún día un chico de veinte años me quitara las bragas.
                   —¿Prefieres quitártelas tú?
                   —No,  no.  Quítamelas  tú.  Pero  estoy  arrugada  como  una  pasa,  no  vayas  a  llevarte  una
               desilusión.
                   —A mí me gustan tus arrugas.
                   —Voy a echarme a llorar —susurró Reiko.
                   La besé por todo el cuerpo y recorrí con la lengua sus arrugas. Envolví con mis manos sus
               pechos lisos de adolescente, mordisqueé suavemente sus pezones, puse un dedo en su vagina,
               cálida y húmeda, que empecé a mover despacio.
                   —Te equivocas, Watanabe —me dijo Reiko al oído—. Eso también es una arruga.
                   —¿Nunca dejas de bromear? —le solté estupefacto.
                   —Perdona. Estoy asustada. ¡Hace tanto tiempo que no lo hago! Me siento como una chica de
               diecisiete años a la que hubieran desnudado al ir a visitar a un chico a su habitación.
                   —Y yo me siento como si estuviera violando a una chica de diecisiete años.
                   Metí el dedo dentro de aquella «arruga», la besé desde la nuca hasta la oreja, le pellizqué los
               pezones. Cuando su respiración se aceleró y su garganta empezó a temblar, le separé las delgadas
               piernas y la penetré despacio.
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