Page 195 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Ten cuidado de no dejarme embarazada. Me daría vergüenza, a mi edad.
                   —Tendré cuidado. Tranquila —dije.
                   Cuando  la  penetré  hasta  el  fondo,  ella  tembló  y  lanzó  un  suspiro.  Moví  el  pene  despacio
               mientras  le  acariciaba  la  espalda;  eyaculé  de  forma  tan  violenta  que  no  pude  contenerme.
               Aferrado a Reiko, expulsé mi semen dentro de su calidez.
                   —Lo siento. No he podido aguantarme —me excusé.
                   —¡No seas tonto! No hay por qué disculparse —bromeó Reiko dándome unos azotes en el
               trasero—. Siempre que te acuestas con chicas, ¿piensas tanto?
                   —Sí.
                   —Conmigo  no  hace  falta.  Olvídalo.  Eyacula  tanto  como  quieras  y  cuando  te  plazca.  ¿Te
               sientes mejor?
                   —Mucho mejor. Por eso no he podido aguantarme.
                   —No se trata de aguantarse. Está bien así. A mí también me ha gustado mucho.
                   —Oye, Reiko —dije.
                   —Dime.
                   —Tienes  que  enamorarte  de  alguien.  Eres  maravillosa,  sería  un  desperdicio  que  no  lo
               hicieras.
                   —Lo tendré en cuenta. ¿Crees que en Asahikawa la gente se enamora?
                   Al rato volví a introducir dentro de ella mi pene erecto. Debajo de mí, Reiko se retorcía de
               placer y contenía el aliento. Mientras la abrazaba y movía, despacio y en silencio, el pene dentro
               de su vagina, hablamos de muchas cosas. Era maravilloso charlar mientras hacíamos el amor.
                   Cuando se reía de mis bromas el temblor de su risa se transmitía a mi pene. Permanecimos
               largo tiempo abrazados de este modo.
                   —Es fantástico estar así —dijo Reiko.
                   —Tampoco está nada mal moverse —añadí.
                   —Entonces hazlo.
                   La alcé asiéndola por las caderas y la penetré hasta el fondo, saboreando aquella sensación
               hasta que eyaculé.

                   Aquella noche lo hicimos cuatro veces. Al final de cada una de ellas, Reiko se abandonaba
               entre mis brazos, cerraba los ojos, lanzaba un profundo suspiro y temblaba unos instantes.
                   —Creo que no hace falta que vuelva a hacerlo en toda mi vida —dijo—. Tranquilo. Para. Te
               lo ruego. Ya he agotado la parte que me tocaba para el resto de mis días.
                   —¿Quién sabe?

                   Intenté convencerla de que fuera a Asahikawa en avión, diciéndole que era más rápido y más
               cómodo, pero ella prefirió viajar en tren.
                   —Tomaré el ferry de Aomori-Hakodate. No me apetece volar —comentó.
                   Así que la acompañé a la estación de Ueno. Reiko cargaba el estuche de la guitarra, y yo, su
               maleta. Una vez allí, nos sentamos en un banco del andén a esperar el tren. Ella vestía la misma
               chaqueta de tweed y los mismos pantalones blancos que le vi el día en que llegó a Tokio.
                   —¿Te gustó Asahikawa? —me preguntó.
                   —Es un buen sitio —dije—. Iré a visitarte pronto y te escribiré.
                   —Me gustan tus cartas. Pero Naoko las quemó todas. Con lo bonitas que eran...
                   —Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre
               queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no debe quedar desaparece.
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