Page 79 - Autobiografia de mi Madre v.2
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realidad no habla a la vista nada evidente , ¡ ne pudiera   tañosa conocidamente  p eli g rosa  y  traicionera; el men­
 dehtar mi  penosa experiencia.  t--:o  percibí el  olor de   tón  era la zona correspondiente  a las estepas y  los
 los  muertos,  porque para que algo  muera,  tiene  q ue   desiertos. Cada zona adoptaba la coloración ap ropia­
 haber tenido vida antes. Lo único  q ue yo había hecho   da: la mas:a de tierra un  conjunto de suaves amarillos }
 con la vida <1ue estaba empezando a existir en mi, no   azules, malvas y rosas, con pequeñas líneas en rojo que
 había sido matarla, sino impedir que llegara a ser vida   se extendían en todas direcciones )  como para causar
 en absoluto.  Sentía dolor entre las  piernas; ese dolor   confusión deliberadamente; las aguas de color azul, las
 em p ezaba por dentro, en la parte inferior del abdo­  montañas en verde, los desiertos y las este p as marro­
 men y la espalda, y salía a través de las piernas, Estaba   nes.  No  conocía  ese  mundo,  únicamente  ha bfa
 mojada entre las  piernas; notaba el olor de a<. 1 ueHa hu­  encomrado en mi camino a algunos de sus poblado­
 medad; era sangre )  fresca  y  también seca, La sangre   res. La mayoría no estaban a la altura de todo lo que se
 fresca olfa como a minera] redén extraído,  q ue no hu­  hubiera podido es perar de ellos.
 bie r a  sido  aún  acrisolado  y  convertido  en  al g o   No deseaba morir enronces� y era lo bastante joven
 mundano, algo  sobre  lo  que se  p udiera  estipular un   como para  creer  9 ue  eso era una decdón 1  y era  lo
 valor. La sangre seca despedía un hedor dülzón a po­  bastante joven como  para  que  así fuera en realidad,
 d r edumbre  que  a  mí  me  encantaba,  q ue  aspiraba   No  mor/, no lo deseaba,  Le  di¡e a mi  p adre  que en
 ptofundamcntc en los momentos en  q ue éste  p redo­  cuanto  pudiera, volvería a la casa de madame y 1non­
 minaba sobre los demás olores de la habitación;  q uizá   sieur LaBatte,  '.\,í  padre  era  ancho  ele  esp aldas.  Su
 sólo me gustaba por el hecho de ser mío, l'v U   padre no   espalda era dura, fuerte; parecía una gran masa de tie­
 sintió  re p ugnancia al verme,  pero no pude descubrir   rra elevándose inesperadamente en un lugar que había
 ninguna otra cosa reflejada en  su rostro. Permaneció   sldo llano; yo  no  podía acometerla  ni rodeándola, ni
 en pie junto a mí, mirándome desde arriba. Su cara se   por debajo, ni por arriba. Había contemplado aquella
 fue haciendo más grande y redonda hasta llenar toda   es p alda suya tantas veces, tantas veces me había dado
 la habitación de  punta a  punta; su cara era como un   la espalda,  q ue había perdido la capacidad de sorpren­
 ma pamundi, como si alguien hubiera sacado un globo   derme  al verla,  p ero  nunca dejó de  despertar  mi
 terráqueo de un oscuro rincón de una sala de estar (él   curiosidad: ¿volvería a ver su rostro o acababa de ver
 poseía ambas COS;'!.S: un  globo  terráqueo, una sala de   a aquel hombre por última vez?
 estar)  y hubiera rasgado la  juntura principal  dejando   Llse me estaba esperando en los escalones que con­
 caer el globo abierto, plano. Sus mejillas eran dos con­  ducían a la terraza. No sabía cuándo volvería á aparecer
 tinentes  separados  por dos  mares que  se unían para   por allí,  ní siquiera si volvería a aparecer alguna vez,
 f o rmar un  océano  (s u narfa); sus  ojos  grises eran in­  p ero había estado esperándome, estaba esperándome
 sondables volcanes durmidos; entre la nari, y  la boca   en aquel momento. Llevaba un vestido nuevo de color
 estaba el ecuador; las orejas eran hs líneas del horizon­  negro con un pedazo de tela vle�a y arrug ada prendido
 te,  más  allá  de  las cuales  se  caía  en la  impenetrable   con alfileres en el lado izquierdo, justo por encima del
 oscuridad de la nada; la frente era una cordillera mon-  pecho. La tela era de color rojo, un rojo antiguo que


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