Page 82 - Autobiografia de mi Madre v.2
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curYaS  y  marcados  rasgos y marcados  plumazos. No      Pasaba todo el tiem p o  que no estaba trabajando en
               pude leerla; me faltó ánimo para descifrar palabra por   aquella casa por fa que pa g aba seis peniques a la sema­
               palabra y unirlas formando frases. Sólo vi que su letra   na. Le compré ropa de cama y un colchón relleno de
               llenaba la página de  arriba abajo. El sobre llevaba el   fibra de cocotero a  una  mujer  que vivía en el centro
               matasellos de Dublanc, una pequeña población en la     del poblado. No era nuevo; no sabría decir si ella era
               demarcación de St Peter, a muchos, muchos kilóme­      la única gue había dormido antes en él, pero no  me
               tros de dlstancia de Roseau. Aun ast tuve la sensación   asustaba cargar con los infortunios de todos los  que lo
               de conocct las pequeñas desdichas que había provoca­   hubieran hecho. Mi vida estaba más  q ue vacfa. Nunca
               do r dejado a su  paso por allí.                       había reoido madre, acababa de renunciar a convertir­
                  Los días seguían a las noches con una desesperante   me en madre yo misma )  y entonces  y a sabía que a q uel
              regularidad, el día devornndo la noche gue devoraba el   rechazo sería total y definjcivo. Nunca rne convertiría
              dfa que devoraba la noche de forma tan obsesiva  que    en madre,  pero  eso  no era lo  mismo  que  no  tener
              quizá me habría  fascinado si hubicrn  podido sentirme   nunca hijos. Tendría hijos 1 pero nunca sería una 1nadre
               fascinada. Deseaba que el tiempo p:i.�ara de un solo gol­  para ellos. Los tendría en abundaoda;  saldrían de mi
              pe, én un parpadeo; quería abrir los oíos y encontrarme   cabeza, de mis axilas >  de entre mis piernas; rendrfa hi­
              de  repente observando  c6mo los  acontecimientos  de   jos, colgarían de mí como los frutos de una parra,  p ero
              mi  pasado más rcdente se perdían en el horjwnte, a]e­  yo los destruiría con la indiferencia de un dios. Tendría
              jándose rápidamente.  Aun cuando  no  sucedió  así, no   hijos por la mañana, los bañaría a mediodía en un a g ua
              me volví loca, no me dejé vencer por la fatiga. Dejé la   q ue saldría de mí misma y me los comeda por la no­
              casa de los LaBatte en ese momento en gue la noche no   che, engulléndolos enteros, de un solo bocado. Vendrían
              puede set más negra. No porgue buscara el amparo de     a la vida  para dejar de vivir. Durame su día de vida, les
              la  oscuridad.  No quería  que  una imagen  real de  Use   llevaría hasta el borde de un precipicio. No les empu­
              viendo cómo Ja abandonaba me persiguiera durante el     jaría� no  tendría  que  hacerlo; las  dulces  voces  de
              resto de mi vida; ya tenia suficiente con imaginada. Ca-  1  extraordinarios placeres les llamarían desde el fondo
              miné  hasta  poco más  allá del poblado de Loubiere y   del abismo; ellos no descansarían hasta unirse a esos
              alquilé una casa  por la que pagaba seis peniques  a J�   sooidos. Cubriría sus cuerpos de enfermedades, ador­
              semana, Tenía cuatro vestido$, dos pares de zapatos, un   nar/a su  piel con llagas de delgadas costras, de las llagas
              sombrero de paja muy bonito y las cinco guineas  guc    rezumaría a veces  un espeso pus del  que estarían se­
              me habfa enviado mi padre; menos hubiera sido nada.     dientos, y nunca podrían apagar su sed. Les condenaría
              Se estaba construy endo una carretera entre Loubiere y   a vlvir  en  un  espado  vacío  congelados  en la  misma
              Giraudel. Encontré trabajo cribando la arena necesaria   postura en la que hubieran nacido. Los arrojaría desde
              para ello. Me  pagaban ocho  peniques  por cada día de   una grau altura; todos los  huesos  de  sus  cuerpos  se
              trabajo, y la jornada de trabajo era de diez horas; al cabo   fracturarian, y esos huesos nunca se soldarían debida­
              de quince dfas recibí en un  pequeño sobre marrón mi    mente, sanando de la 1nisma forma que se habían roto�
              paga de siete chelines  y  cuatro penic¡ues.            sin curarse nunca  en absoluto. Cuando ya no  fueran



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