Page 78 - Autobiografia de mi Madre v.2
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realidad no habla a la vista nada evidente , ¡ ne pudiera tañosa conocidamente p eli g rosa y traicionera; el men
dehtar mi penosa experiencia. t--:o percibí el olor de tón era la zona correspondiente a las estepas y los
los muertos, porque para que algo muera, tiene q ue desiertos. Cada zona adoptaba la coloración ap ropia
haber tenido vida antes. Lo único q ue yo había hecho da: la mas:a de tierra un conjunto de suaves amarillos }
con la vida <1ue estaba empezando a existir en mi, no azules, malvas y rosas, con pequeñas líneas en rojo que
había sido matarla, sino impedir que llegara a ser vida se extendían en todas direcciones ) como para causar
en absoluto. Sentía dolor entre las piernas; ese dolor confusión deliberadamente; las aguas de color azul, las
em p ezaba por dentro, en la parte inferior del abdo montañas en verde, los desiertos y las este p as marro
men y la espalda, y salía a través de las piernas, Estaba nes. No conocía ese mundo, únicamente ha bfa
mojada entre las piernas; notaba el olor de a<. 1 ueHa hu encomrado en mi camino a algunos de sus poblado
medad; era sangre ) fresca y también seca, La sangre res. La mayoría no estaban a la altura de todo lo que se
fresca olfa como a minera] redén extraído, q ue no hu hubiera podido es perar de ellos.
bie r a sido aún acrisolado y convertido en al g o No deseaba morir enronces� y era lo bastante joven
mundano, algo sobre lo que se p udiera estipular un como para creer 9 ue eso era una decdón 1 y era lo
valor. La sangre seca despedía un hedor dülzón a po bastante joven como para que así fuera en realidad,
d r edumbre que a mí me encantaba, q ue aspiraba No mor/, no lo deseaba, Le di¡e a mi p adre que en
ptofundamcntc en los momentos en q ue éste p redo cuanto pudiera, volvería a la casa de madame y 1non
minaba sobre los demás olores de la habitación; q uizá sieur LaBatte, '.\,í padre era ancho ele esp aldas. Su
sólo me gustaba por el hecho de ser mío, l'v U padre no espalda era dura, fuerte; parecía una gran masa de tie
sintió re p ugnancia al verme, pero no pude descubrir rra elevándose inesperadamente en un lugar que había
ninguna otra cosa reflejada en su rostro. Permaneció sldo llano; yo no podía acometerla ni rodeándola, ni
en pie junto a mí, mirándome desde arriba. Su cara se por debajo, ni por arriba. Había contemplado aquella
fue haciendo más grande y redonda hasta llenar toda es p alda suya tantas veces, tantas veces me había dado
la habitación de punta a punta; su cara era como un la espalda, q ue había perdido la capacidad de sorpren
ma pamundi, como si alguien hubiera sacado un globo derme al verla, p ero nunca dejó de despertar mi
terráqueo de un oscuro rincón de una sala de estar (él curiosidad: ¿volvería a ver su rostro o acababa de ver
poseía ambas COS;'!.S: un globo terráqueo, una sala de a aquel hombre por última vez?
estar) y hubiera rasgado la juntura principal dejando Llse me estaba esperando en los escalones que con
caer el globo abierto, plano. Sus mejillas eran dos con ducían a la terraza. No sabía cuándo volvería á aparecer
tinentes separados por dos mares que se unían para por allí, ní siquiera si volvería a aparecer alguna vez,
f o rmar un océano (s u narfa); sus ojos grises eran in p ero había estado esperándome, estaba esperándome
sondables volcanes durmidos; entre la nari, y la boca en aquel momento. Llevaba un vestido nuevo de color
estaba el ecuador; las orejas eran hs líneas del horizon negro con un pedazo de tela vle�a y arrug ada prendido
te, más allá de las cuales se caía en la impenetrable con alfileres en el lado izquierdo, justo por encima del
oscuridad de la nada; la frente era una cordillera mon- pecho. La tela era de color rojo, un rojo antiguo que
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