Page 58 - Autobiografia de mi Madre v.2
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boca grande y ancha, que debía cubrir completamente    q ue también eso sería siempre a.si. Y en aquel momen�
              la de ella cada vez c¡ue la besaba. Pcicricamente engu­  · to la ropa  q ue llevaba se me  q uedó  p e q ueña, los  p echos
              llía  la mía  cuando  me besaba a  mí. Ella no era una   n1e crecieron, drnndo pugnazmente de la blusa, el ca­
              mujer frágil cuando se conocieron, se hizo frágil más   bello me  rozaba los  hombros en  una cadda que me
              tarde; él fue el responsable de su deterioro. Cuando se   hacía estremecer, mis piernas eran cálidas y entre ellas
             conocieron) no estaba dispuesto a casarse con ella, No   había  una humedad  p e g ajosa  de  la  que emanaba un
             < ¡ ueda casarse con ninguna mujer, Las mujeres le da­  olor dulce y penetrante. Estaba viva; me daba cuenta
             ban hijos, y si ernn niños, él les daba sus apellidos, pero   de que ante mí tenía a una ;11ujer que no lo estaba. Fue
             nunca se casaba con las madres. Madame LaBatte en­      casi como si presintiera que me acechaba algún peligro
             contró  la  manera de conseguirlo: le dio  a comer un   y  me a p resurara a defenderme de él; la visión de aque­
             plato  c¡ue había cocinado con una salsa elaborada con   llo en lo gue podía llegar a convertirme me transformó
             la sangre de su menstruación, eso le ató a ella y se casa­  muy tempranamente en lo contrario.
             ron. Con el tiempo ese hechizo perdía su poder, y si se    Yo le gusté. Le gusté a aquella mujer; le  g usté a su
             ponía en practica por segunda vez no  funcionaba. Él    marido; ella se ale¡,,ró de que le gustara a él. Para cuan­
             reaccionó volviéndose contra ella -no porque cstuvfo.   do éste salió de la habitación  en la que ¡,>uardaba  su
             rn enojado, pues nunca llegó a descubrir la trampa que   dinero  p ara darnos la bienvenida a mi padre  y  a mí,
             le  había  tendido-, se volvió  contra ella con  toda la   madame LaBatte me había dicho ya que estaba en mi
             fuerza de ague! arma que llevaba entre las  piernas hasta   casa, que la considerara como a mJ  propia madre, que
             dejarla consumida. Ella tenía el pelo  g ris, y no precisa­  p odía sentirme a salvo siempre  q ue ella estuviera cer�
             mente a causa de la edad. Como tantas otras cosas de    ca. No podía saber lo  que esas  palabras  si g nificaban
             su persona, había perdido toda vitalidad, caía sin vida   para mí, lo que suponía para mí oír a una mujer dicién­
             sobre  su  cabeza;  los  brazos  le  colgaban a los lados,   dome predsamenre eso.  Por supuesto,  no 1a  creí, no
             como  inertes.  De  joven  había  sido  hermosa,  había   me quise en g añar,  p ero supe  q ue hablaba en serio cuan�
             poseído esa belleza que le confiere a todo el mundo la   do me <leda esas cosas, que las decía sinceramente. 1\
             juventud,  pero en  su  rostro  se  reflejaba entonces la   mí ella me encantó, la sombra de lo que había sido, tan
             persona en la que realmente se había convertidn: ani­   agradecida  por mi  presencia, consciente de que ya no
             quilada. La derrota no es bella; no es fea, pero tampoco   estaba sola con su  premio y su derrota. En cuanto a él,
             es bella. Yo  era joven entonces; era joven, no  sabía.   no tuvo prisa por  dirigirme la  palabra; le  daba i al
                                                                                                                gu
             Cuando la miraba a ella senría simpatía, pero también   gue fuera yo o cualquier otra la persona  para la que
             repugnancia. Pensaba: Esto no debe pasarme nunca a      mi padre le pedía alojamiento. A él le gustaba la calla­
             m(, con fa pretensión de no permitir que ni el paso del   da  codicia  de mí  padre y  a mi padre  le  gustaba la
             tiempo  ni  todo el  peso del deseo  me dejaran huella.   codicia pura y sim p le de éL Eran tal  para cual;  cual­
             Eta  joven, tan joven, y creía profundamente en mis      quiera de los dos  podía traicionar al otro a la menor
             propias convicciones; me sentía fuerte y pensaba que     ocasión,  guizás en aquel  momento ya lo habían he­
             sería sjempre asf, me sentía llena de frescura y pensaba   cho.  :Ylonsieur  LaBattc  era ya un  hombre  rico,  más



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