Page 54 - Autobiografia de mi Madre v.2
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convierte en la única f o rma de casti rse a sí mismo:   un lu g ar en el que se traman conspiraciones y se deci-
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              vivJr para  skmpre encerrado  en  una jaula de hierro   - den  los  desdnos de muchas  personas; no  poseía las
              hecha  con  tll  propio  sHendo,  y entonces,  de vez en   características propias de una ciudad, era una especie
              cuando, romper ese sfü:ncio  p or boca de un divul a�   de destacamento, la última parada en el camino de gen­
                                                         g
             dor que tú mismo ha y as designado, alguien que repite   tes a las  que las cosas les habían ido  mal, ya  fuer-.< a
             una y otra vez� de forma coherente o con frases inaca­  causa de sus propias acciones o sin tener culpa; y había
             badas� una lista  de  transgresiones, !as malas acciones   entonces  muchos  sitios  como  Rosea.u, reductos  de
             cometidas.                                              desesperación; lo mismo  p ara el conquistador  q ue para
                Nunca había estado en Roseau hasta aquel dfa, cuan­  el conquistado, esos lugares eran las capitales nada más
             do tenía quince años, en  que  mi  padre me llevó a fa   que de la desesperación. Eso no era nin g una sorpresa
             casa de un hmnbre conocido su yo, monsieur LaBatte,     para  q uienes se habían visto f o rzados a vivir en un lu­
             monsicur Jac q ues LaBattc,Jack, como lle g ué a llamar­  gar como  ése,  pero  aun así,  había allí cierta belleza,
             l e   en  la  amarga  y  dulce  oscuridad  de la  noche.  Él,   apasionante por lo inesperada; podía  percibirse en la
             también él, era un hon1bre sin pri n ci pios, y eso no me   forma en  q ue las casas se apiñaban una junto a otra )
             sorprendió ni me decepcionó, no hizo que me gustara     amontonadas, pequeñas e inclinadas, como si hubieran
             más ni  que me gustara menos, i'vfi  padre y él se cono­  sido mal construidas ex  profeso, pintadas con los to­
             cían por los acuerdos económicos que establecían entre   nos más chillones de rojo )  azul )  verde o amarillo, o a
             ellos. Se llamaban amigos, pero la fragilidad de los ci­  veces  sin  pintar en  absoluto,  la madera  desnuda  ex­
             mientos sobre los que estaba construida su amistad no   puesta a los ele1nentos� tiñéndose entonces de un gris
             podría infundir más  que tristeza en el ánimo de cual­  brillante. En casas corno ésas vivfan personas cuya piel
             < ¡ uie r a  q ue  no  idolatre  este  mundo  y  sus  bienes   exhausta relucía y  cuyos  rostros expresaban  tristeza
             materiales, Y Roseau, lncluso entonces, cuando ia reaH�   incluso cuando tenfan al gu na razón para sentirse feli­
             dad era en todos los aspectos tan terrible que ia mayoría   ces )  personas para las que la historia había sido un
             de situaciones tenían  q ue ser disfrazadas llamándolas   inincnso vado tenebroso  q ue les hada odiar el silencio.
             por otro nombre, un nombre totalmente antagónico a      Y a veces soplaba una li g era  brisa y otras sólo había
             su esencia, Roseau no era caHfkada metamente de du­     quietud en los árboles, y a veces se ponía el sol y otras
             dad, todo el mundo la llamaba la capital, la capital de   empezaba a amanecer, y el olor dulzón, mareante, de
             Dominica. T a mbién sus cimientos eran frágiles, l' cada   las azucenas blancas  que sólo florecían durante la no­
             cierto  tiempo  se veía asolada por las  fuerzas  de  la   che,  y  el olor dulzón, nauseabundo,  de algo muerto,
             naturaleza )  un huracán o lluvias torrenciales ., agua y más   algo animal en proceso de putrefacción, Cuando  per­
             a g ua cayendo del cielo como si de repente tuviéramos   cibí por primera vez esa belleza -la fui descubriendo
             el mar encima y los delos debajo. Roseau no  podfa ser   por parres, no al primer golpe de vista-, me sentí afor­
             calificada de ciudad,  p or q ue no podía representar tan   tunada de estar viva; no sabría explicar ese sentimiento
             nobles aspiraciones: centro de comercio y cultura y de   de euforia que me producía la visión de lo que para mí
                                             l
             intercambio de ideas entre sus gentes,  u gar de intrigas,   era nuevo y exótico, lo desconocido. Y luego  mucho,

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