Page 62 - Autobiografia de mi Madre v.2
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tarde ya, sentada en una pequeña  zona gue quedaba     así, cuando él se acercó y me pidió gue me guitara la
              entre sombras en 1a parte trasera de 1a casa }  un lugar   · ropa le dije�  bastante segura de mí misma, sabiendo
              que, aunque habían plantado al nas flores, no podía    cuál era mi deseo, que estaba démasbdo oscuro� que
                                         gu
             llamarse jardín, pues  no estaba muy cuidado.  El  sol   no veía nada. Me llevó a la habitación en la que conta­
             todavía no se había puesto del todo; era ese momento    ba su dinero t  aquel dinero que era sólo parte del dinero
             del día en que las criaturas diurnas están ya en silencio   que poseía. Era una habitación oscura, por lo que man­
             peru las criaturas de la noche aún no han empezado a    tenía una lámpara encendida permanenten1ente en ella.
             dejar oír  sus voces.  Ese momento  del  día en  el  gue   Me <¡uité la ropa y también él se desnudó. Era el pri­
             resulta más opresivo pensar en todo aqueJlo que has     mer hombre al que veía desnudo, y me sorprendió: no
             perdido: tu madre, en caso de que la hayas perdido; tu   es el cuerpo lo que hace deseable a un hombre, es lo
             hogar, si lo has perdido; las voces de las personas que   que su cuerpo puede hacerte sentir al tocarte lo que te
             quiz,\ te hayan amado o <¡ue simplemente deseas gue te   estremece, la anticipadón de lo que ese cuerpo te hará
             hayan  amado; los  lugares  en los que te sucedió algo   sentir, y luego la realidad resulta mejor que la anticipa­
             bueno, algo que nunca olvidarás. Esos sentimientos de   ción y el mundo es total y únicamente eso, se convierce
             anhelo y de nostalgia por lo que has perdido, se con­   en una totalidad recorrida por  una corriente  que  lo
             vierten en una carga más pesada bajo esa luz. El día    atraviesa, un:a corrlente de puro placer. Pero cuando le
             casi ha terminado, la noche está a punto de empezar.    vi, en el primer momento )  con las manos colgándole a
             Yo había dejado de llevar ropa interior, me resultaba   los fa.dos, sin acariciar mi cabello todavía, sln estar aún
             incómoda, y mientras estaba allí  sentada,  me tocaba   dentro de mi, sin llevarse aún a la boca las pequeñas
             varjas. partes dd cuerpo, a ratos distraídamente, a ratos   turgencias que eran mis senos, antes de que me abriera
             concentrada en ello. Estaba dcsfüando los dedos de la   la boca todo Jo posible para poder introducir en ella
             mano izquicr,a por la pequeña l' tupida masa de pelo    su lengua más profundamente aún, la carne cayendo
             de entre mis piernas y pensando en cómo había trans­    en fláccidos pliegues de su vientre, la carne endurecida
             currido mi vida hasta entonces, quince años ya, cuando   entre  sus piernas, me sorprendió comprobar la  feal­
             vi gue monsieur Lailatte estaba en pie observándome     dad en general de su persona, allí de pie ante mí; fue la
             desde no muy lejos. Él no mostró turbadón ni se mar­    anticipación lo  gue  me estremeció, la  anticipación lo
             chó,  y  tampoco  yo  eché  a  correr  avergúnzada.     que me mantuvo cautivada. Y la fuerza de sentirle en�
             Permanecimos mirándonos  fijamente a los  ojos 1  sín   trando  en  mi�  inevitable  ya,  llegó  como  una nueva
             apartar la vista. Aparté los dedos de entre las piernas y   conmoción, una larga y brusca brecha de agudo dolor
             me los llevé a la cara, quería sentir mi propio olor. El   que luego me arrasrró con el ímpetu de una ola gigan�
             día tocaba a su fin, mi olor era bastante intenso. Esa   tesca, una larga y aguda brecha de placer: y cada vez
             escena, yo poniéndome la mano entre las piernas y lue­  que me desgarraba por dentro yo emitfa  un grlto que
             go deleitándome con  mi  olor y monsieur  LaBatte       era siempre el mismo grito, un grito de tristeza. pues
             observándome, se prolongó hasta que, tan de repente     aun sin hacer de ello algo gue no era realmente, ya no
             como era habitua.l, la oscuridad cayó sobre nosotros, y   volveda a ser la misma. No era un hombre capaz de



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