Page 42 - Autobiografia de mi Madre v.2
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Capitulo II




                                                                     Quizás ern inevitable que en cuanto llegara a conocer
                                                                     corno la palma de la mano el largo camino .:¡ue llevaba
                                                                     desde la  casa de  m.i  padre  hasta la  escuela,  en  el  siN
                                                                     guíente poblado, tuviera que dejarlo atrás. Ese crayecto,
                                                                     ocho kilómetros a la ida, ocho kilómetros • la vuelta,
                                                                     nunca <lejó de inspirarnos derto espanto  a todos los
                                                                     niños  ctue lo  recorríamos 1  púr lo que procurábamos
                                                                     no estar nunca solos. Siempre íbamos en grupo, Nin­
                                                                     gún año, en ningún momento� superamos la docena,
                                                                     más niños que niñas, No éramos amigos; eso no er-a
                                                                     vjsw con aprobación. No debíamos confiar jamás uno
                                                                     en el otro. Era una especie de consigna c.1ue concinua�
                                                                     mente nos repetían nuestros padres;  fue parte de mi
                                                                     educación�  como  una  forma de  demostrar buenos
                                                                     modales: No puedes confiar en  esa gente, me decía
                                                                     mi padre, exactamente las mismas  palabras que los
                                                                     padres de 1os demás niños les  decían  a ellos,  hasta
                                                                     puede ,1uc en el mismo momento. El hecho de que "esa
                                                                     gcme' fuéramos nosotros mismos }  aqueHa insisrenda
                                                                     en gue desconfiáramos de los demás ... la razón de que
                                                                     personas de  apariencia física tan  parecida,  que com­
                                                                     partíamos  una  historia  común  de  sufrimiento  y
                                                                     humi11acló-n y esclavitud�  mviérainos  que  aprender a
                                                                     desconfiar entre nosotros  ya desde niños, ha dejado
                                                                     de  ser un  rnistedo para  mí. Las personas  de  las que
                                                                     instintivamente �ubiéramos debido desconfiar escapa­
                                                                     ban• nuestra influencia por completo; nuestra necesidad
                                                                     de derrotarlas, de liberarnos de ellas, era algo mucho
                                                                     más profundo que la desconfianza.  La desconfianza
                                                                     era sólo uno de los muchos sentimientos que abrigá­
                                                                     bamos el uno por el otro entre nosotros mÍ,":;mos, todos
                                                                     ellos  opuestos al amor,  todos ocupando  el  lugar del


                                                                                           43
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