Page 37 - Autobiografia de mi Madre v.2
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sotrns. Sé  de algunos amigos que  fueron testigos de   dra que había a la entrada del pario, otras paseando
 ese suceso ,iunto a mi y que, olvidando que yo estaba   ·arriba y abajo )  entrando y saliendo del patio, hadendo
 presente, me lo han relatado de una cierta forma muy   chirriar Ja verja y eso siempre provocaba d enfado de
                }
 partkulat, cmno desafiándome a creerles; pero es a¡í   su esposa, que salía a quejarse a aquella gente, hablán­
 sólo  porque  ellos  mismos  no  acaban  de creer en lo   doles groseramente, con una mala educación exagerada
 que dicen; han dejado de creer en lo que ·vieron con   para la molestia que pudiera suponer el chirrido de la
 sus propios ojns, o en su propia realidad. Para mí todo   verja. Ellos le esperaban sin quejarse, quedándose dor­
 esto ha dejado de carecer de explicación. Todo lo que   midos  de  pie >  quedándose  dormidos  mientras
 nos condernc está en cuestión, y somos nosotros, los   esperaban sentados en el suelo, con la boca abierta y
 derrotados,  quienes  definimos  todo  aquello  que es   ca5 1 én<l0Jes la baba, las moscas chupando su saliva de
 irreal, todo lo que no es humano, todo lo que ha sido   la comisura de los labios. Esperaban, y cuando él no se
 despojado de amor,  todo  lo que carece de compa­  dignaba siquiera a aparecer por allí, se iban para volver
 sión. Nuestra experiencia no puede ser interpretada por   al dfa siguiente, con la esperanza de podede ver; a ve­
 nosotros mjsmos; nosotros no conocemos la auténti­  ces lo conseguían, otras no. Ese modo de comportarse
 ca verdad  acerca de  ella.  El  nuestro no era el Dios   no renfa consecuencias negativas para él; senciHamente,
 correcto) la  nuestra  no era  una  forma respetable de   era su forma de tratar a la gente. No le interesaba )  o
 comprender el significado de paraíso e infierno. Creer   eso es lo que yo pensé al principio  ... pero por supuesto
 en aquella aparición de una mujer desnuda con los bra­  que le interesaba; estaba muy bien calculada, esa forma
 zos extendidos llamando por señas a un niño para que   suya de causar sufrimi<;,nro; él formaba parte de todo
 fuera al encuentro de su propia muerte era una creen­  un sistema de vida imperante en la isla c¡ue perpetuaba
 cia  propia  de  los  hijos  ilegítimos de la tierra, de los   el dolor.
 pobres, de los que están abajo. Yo creí en aquella apa­  En la época en que yo fui a vivir con él, hada poco
 rición entonces y sigo creyendo en ella ahora.   que había acabado de dar forma definitivamente a la
   máscara que sería ya su rostro para lo que le quedaba de
 ¿Quién era mi padre? No simplemente quién era para   vida: la piel tirante, los ojos pequeños y hundidos como
 mí, su hija, sino  ... ¿quién era él realmente? Era un poli­  si estuvieran profundamente davados en el interior de
 cfa) pero  no un poHcía  corriente; el grado de  temor   su cabeza }  de ral forma que era imposfü]e encontrar en
 que inspiraba  era mayor del  que podía esperarse de   ellos ningún indicio acerca de él, los labios separados en
 cualquiera que ocupara su cargo. Citaba a las personas   una sonrisa. Parecía digno de confianza. Su ropa estaba
 que quería ver, hombres, en su casa, el lugar en el que   siempre bien planchada, limpia, inmaculada. No le gus­
 vivfa con  su  familia -esa unidad de la que ahora,  en   taba que la ¡,>ente le conociera demasiado bien; intentaba
 derto modo, tambíén yo fonnaba parte-, y luego ha�   no comer nunca en presencia de extraños, ni delante de
 cfa esperar a esas personas durante horas; en ocasiones   las personas que le tenían 111iedo.
 ni siquiera se presentaba a sus citas. Aquellos hombres   ¿Quién era? Todavía hoy no he dejado de prcgun­
 le aguardaban, algunas veces sentados sobre una pie-  rármelo ni  un  instante. ¿Quién era?  Era un hombre



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