Page 40 - Autobiografia de mi Madre v.2
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menos  q ue ninguna, ya que contaba con la posibilidad   un suave silbido )  un ligero cha p oteo de olas Iamjendo
             de  q ue se sjntieta celosa. 'Tcnfa otra versión de esa rec­  )a costa de rocas negras, otras veces con l:a  füda dcl
             titud <¡ue era la que mostraba en la escuela. Parn mis   agua hirviente de una caldera que se sostuviera de for­
             profesores yo parecía callada y estudiosa; era pudoro­  ma  inestable  sobre un  g ran  fuego.  Y al g unas  veces,
             sa, es dedr; ante ellos no parecía sentir el más mínimo   cuando la noche era absolutamente silenciosa  y  abso­
             interés por mí cuerpo ni  por el cuerpo de ninguna otra   lutamente  negra, oía )  fuera 1  ei  prolongado suspiro de
             p ersona. Esta fasddiosa y aburrida pretensión era sólo   al g uien  q ue iba camino de la eternídad; y de todas las
             una de las muchas cosas que se me exi gían por el mero   cosas era eso lo que turbaba la inquieta paz de todo lo
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             hecho de pertenecer al sexo  femenino.  Desde el ins­  que era  real:  ios  p erros durmiendo bajo  las casas ?  las
             tante en  que  salía  de  la  cama a  primera  hora de  la   gaHinas en los árboles, los pro p los árboles agitándose;
             mañana hasta que volvía a acostarme en la oscuridad   no de  una forma que sugiriera la posibilidad de que
             de la noche, transigía en actuar infinidad de veces con   fueran a desarraigarse, sólo agitándose, como si desea­
             falsedad y engaño, pero sabía muy bien quién y cómo    ran poder huir corriendo. Y s1 seguía escuchando, podía
             era yo realmente.                                     oír el sonido de aquellos seres <1ue se arrastraban sobre
                Iviientras yacía en mi cama durante fa noche� afina­  el vientre, d de los que llevaban a g uijones emponzoña­
             ba el oído para escuchar los sonidos tanto del interior   dos, y los  que llevaban un veneno mortal en su saliva;
             como del exterior de la casa, identificando cada ruido,   oía a los 9ue estaban cazando, a los  q ue eran cazados,
             distinguiendo lo real de lo irreal: discernía si los chilli­  cl lasrimero grito de aquellos que estaban a punto de
             dos  q ue ras g aban la noche, dejando c¡ue la oscuridad   ser dcvor2dos,  seguido por la  momentánea  satisfac­
             cayera sobre la tierra como en multitud de jirones, eran   ción de los que devoraban: noche tras noche oía rndo
             chillidos  de  murciélagos o  procedían de alguien  q ue   eso� una y otra vez. Sólo dejaba de escuchar después
             h:1bfa ado p tado la forma de un murciélago; si el soni­  de tiue mis manos hubleran recorrido todo mi cuerpo
             do  de  alas  batiendo  en  aquel  espacio  totalmente   acarkiándoio 2morosamente, dercnién<lose por fin en
             desprovisto de luz era el vuelo de un  p ájaro o al g uien   ese lugar suave y húmedo entre las piernas )  y un grito
             que había adoptado la forma de un pájaro. El sonido    sofocado  de  placer que no habría permitido a nadie
             de la verja al abrirse era mí padre llegando a casa mu­  oír hubiera escapado de mis labios.
             cho  después  de  que la quietud  del sueño se  hubiera
             apoderado de la mayor  parre de su  familia, sus pasos
             furtivos  pero  firmes,  entrando  en  el  patio,  subiendo
             los peldaños; su mano abriendo la puerta de entrada
             de su casa, cerrando la  puerta tras él, haciendo girar la
             barra que arrancaba la  puerta, andando  hacia  e1 otro
             lado de la casa; nunca comía nada cuando volvía a casa
             tarde por la noche. Entonces, durante la noche, el so­
             nido del mar se ola con toda claridad, a veces como


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