Page 41 - Autobiografia de mi Madre v.2
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menos  q ue ninguna, ya que contaba con la posibilidad   un suave silbido )  un ligero cha p oteo de olas Iamjendo
 de  q ue se sjntieta celosa. 'Tcnfa otra versión de esa rec­  )a costa de rocas negras, otras veces con l:a  füda dcl
 titud <¡ue era la que mostraba en la escuela. Parn mis   agua hirviente de una caldera que se sostuviera de for­
 profesores yo parecía callada y estudiosa; era pudoro­  ma  inestable  sobre un  g ran  fuego.  Y al g unas  veces,
 sa, es dedr; ante ellos no parecía sentir el más mínimo   cuando la noche era absolutamente silenciosa  y  abso­
 interés por mí cuerpo ni  por el cuerpo de ninguna otra   lutamente  negra, oía )  fuera 1  ei  prolongado suspiro de
 p ersona. Esta fasddiosa y aburrida pretensión era sólo   al g uien  q ue iba camino de la eternídad; y de todas las
 una de las muchas cosas que se me exi gían por el mero   cosas era eso lo que turbaba la inquieta paz de todo lo
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 hecho de pertenecer al sexo  femenino.  Desde el ins­  que era  real:  ios  p erros durmiendo bajo  las casas ?  las
 tante en  que  salía  de  la  cama a  primera  hora de  la   gaHinas en los árboles, los pro p los árboles agitándose;
 mañana hasta que volvía a acostarme en la oscuridad   no de  una forma que sugiriera la posibilidad de que
 de la noche, transigía en actuar infinidad de veces con   fueran a desarraigarse, sólo agitándose, como si desea­
 falsedad y engaño, pero sabía muy bien quién y cómo   ran poder huir corriendo. Y s1 seguía escuchando, podía
 era yo realmente.   oír el sonido de aquellos seres <1ue se arrastraban sobre
 Iviientras yacía en mi cama durante fa noche� afina­  el vientre, d de los que llevaban a g uijones emponzoña­
 ba el oído para escuchar los sonidos tanto del interior   dos, y los  que llevaban un veneno mortal en su saliva;
 como del exterior de la casa, identificando cada ruido,   oía a los 9ue estaban cazando, a los  q ue eran cazados,
 distinguiendo lo real de lo irreal: discernía si los chilli­  cl lasrimero grito de aquellos que estaban a punto de
 dos  q ue ras g aban la noche, dejando c¡ue la oscuridad   ser dcvor2dos,  seguido por la  momentánea  satisfac­
 cayera sobre la tierra como en multitud de jirones, eran   ción de los que devoraban: noche tras noche oía rndo
 chillidos  de  murciélagos o  procedían de alguien  q ue   eso� una y otra vez. Sólo dejaba de escuchar después
 h:1bfa ado p tado la forma de un murciélago; si el soni­  de tiue mis manos hubleran recorrido todo mi cuerpo
 do  de  alas  batiendo  en  aquel  espacio  totalmente   acarkiándoio 2morosamente, dercnién<lose por fin en
 desprovisto de luz era el vuelo de un  p ájaro o al g uien   ese lugar suave y húmedo entre las piernas )  y un grito
 que había adoptado la forma de un pájaro. El sonido   sofocado  de  placer que no habría permitido a nadie
 de la verja al abrirse era mí padre llegando a casa mu­  oír hubiera escapado de mis labios.
 cho  después  de  que la quietud  del sueño se  hubiera
 apoderado de la mayor  parre de su  familia, sus pasos
 furtivos  pero  firmes,  entrando  en  el  patio,  subiendo
 los peldaños; su mano abriendo la puerta de entrada
 de su casa, cerrando la  puerta tras él, haciendo girar la
 barra que arrancaba la  puerta, andando  hacia  e1 otro
 lado de la casa; nunca comía nada cuando volvía a casa
 tarde por la noche. Entonces, durante la noche, el so­
 nido del mar se ola con toda claridad, a veces como


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