Page 35 - Autobiografia de mi Madre v.2
P. 35
chicos. Teníamos que cruzar un río, pero durante la hasta q ue le fa!Jaron las fuerzas y empezó a hundirse;
estación seca eso equivalía a andar tranquilamente so 'los demás ya sólo pudimos ver parte de su cabeza,
bre las piedras del lecho del río. Cuando llovía y el sólo pudimos ver sus manos; luego desapareció por
nivel del agua estaba muy alto, nos quitábamos Jaropa, completo de nuestra vista y ya no vimos nada excep
hacíamos un atado con ella, nos lo poníamos en la to una sede de círculos concéntricos q ue se ex p andían
cabeza y cruzábamos el río desnudos. Un día en que el a partir del punto en que él había estado, como si
río bajaba muy alto y lo estábamos cruzando desnu alguien hubiera arrojado allí un guijarro. También Ja
dos, vimos a una mujer cerca de la desembocadura al mujer y su fruta se desvanecieron, como si nunca hu
mar. Allí había bastante profundidad, y no podíamos bieran esrado allí, como si nada de todo aquello
asegurar si estaba sentada o de pk, pero sabíamos que hubiera sucedido nunca.
estaba desnuda. Era una mujer muy be!Ja, más bella El chico desapareció; no volvió a ser visto nunca,
que ninguna otra mujer que hubiera visto antes, de una ni siquiera muerto, y cuando el río se secó en aquel
belleza que tenía sentido para nosotros, no una belleza lugar, fuimos en su busca, p ero no estaba allí. Fue como
a la manera europea: tenía la piel de color marrón os si nunca hubiera sucedido, y entre nosotros hablába
cu ro, su pelo era negro y bri!Jante, ondulado en mos de a q uello como si fuera producto de nuestra
apretados rizos que Je cubrían 1� cabeza. Su rostro era imaginación, pues nunca lo mencionábamos en voz
como una luna, una luna suave, marrón y reluciente. alta, nos limitábamos a aceptar que había ocurrido, hasta
Abrió Ja boca y de ella surgió un sonido extraño y que llegó a existir únicamente en nuestras mentes, como
dulce. Yo estaba hipnotizada; todos nos paramos a un acto de fe, como la Inmaculada Concepción para
mirarla. Estaba rodeada de mangos -era la estación al nas personas u otros milagros similares; y tenía el
gu
propia de ese fruto-, todos ellos maduros, y aquellas mismo poder de despertar la fe y la incredulidad, con
sombras de rojo, rosa y amarillo resultaban tentadoras la única diferencia respecto a Ja Inmaculada Concep
y sumamente apetitosas. Nos hizo señas para que nos ción de que aquéllo lo habíamos visto con nuestros
acercáramos a cila. Alguien dijo que no era para nada propios ojos. Yo vi cómo sucedía. Vi a un chico en
una mujer auténtica, que no debíamos ir, que teníamos cuya compañía solía ir andando hasta la escuela nadar
que huir de allí. Pero no podíamos marcharnos. Y en desnudo al encuentro de una mujer también desnuda y
tonces aquel chico, cuyo rostro recuerdo porque era rodeada de fruta madura y desaparecer bajo las tur
como una máscara, como la máxima expresión mas bias aguas del río en la zona de su desembocadura,
culina que yo hubiera conocido de fanfarronería y donde se une aJ mar. Aquel chico desa p areció allí y
presunción, empezó a avanzar hacia el1a, y cuanto más nadie volvió a vérlc nunca. A q uella mujer no era en
se acercaba más se reía. Cuando pareció llegar al lugar realidad una mujer; era al g una otra cosa c1ue adoptó la
en que ella se encontraba, ésta se alejó, aun sin dejar de forma de una mujer. Fue casi como si la realidad de
estar en el mismo sitio; éJ nadó hacia ella y Ja fruta, y aquel horror resultara tan sobrecogedora que acabó
cada vez que estaba a punto de llegar, ella volvía a por convertirse en leyenda, como si hubiera sucedido
alejarse como por arte de magia. Él siguió nadando hacía muchísimo tiempo y a otras personas, no a no-
34 35