Page 135 - Autobiografia de mi Madre v.2
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ciéndolo 1  Jo  hadan  de  todos  modos.  Su naturaleza   y como tal se me definía brevemente: dos pechos ¡  una
 ajena  no  era particularmente ofensiva; ,sjmplemente   pequeña aberturn entre fas piernas, un útero; nunca va�
 me resultaba cada vez más familiar. Ella se sentaba en   ría y todo está siempre en el mismo sitio. Ella jamás se
 p alanganas de a g ua frfa para enfriar su ardiente cuer­  habría descrito de esta forma, habría sentJdo repu g na­
 po y luego se sentaba en palanganas de agua caliente   da ante una descripción como esa, una descripción así
 para calentar su cuerpo helado. La primera vez  g ue la   contienc: en el núcleo de su esencia d acto de la auto­
 vi, estaba en  pie frente a un espejo restregándose las   poseslón, y en aquel momento mi persona era lo único
 pequeñas  piedras viejas que eran sus senos,  pero  por   que yo tenfa que fuera realmente mío. Así pues 1  no era
 lo  que  pude  ver  lo  hacia  sin  apetencia:  su  boca no   precisamente a ella a quien podía plantearle la pre¡,>1.m­
 estaba abierta, sus piernas no estaban ligeramente se­  ta; ¿ Por gué fas mujeres se odian entre sí? Y esa vida
 paradas, sus manos se Hmitaban a ir de un lado a otro   que ella (y PhíLip, y todos los que tenían su misma apa­
 en un movimiento circular alrededor de los  pechos,   riencia) vivía entre nosotros� esa vída desaho¿,:rada, esa
 El azul de sus ojos era de una tonalidad más apropia­  vjda cómoda, el resultado de un gran triunfo; una vida
 da para una ampHa extensión como el cielo o el mar,   a fa que nadie parece capaz de resistirse 1  de dominio
 y  enmarcados en su rostro enjuto y seco, aquellos ojos   sobre los demás� era también um vida de 1nuerte, una
 confirmaban su naturaleza mezquina. Yo siempre es­  muerte dísrima a la del enterrador Lazarus, distinta a la
 t:aba  deseando  ver  su  rostro )  no  por  g usto,  por   mía> pero n1ucrte de todos modos )  una muerte en vjda,
 curiosidad,  y  siem p re me desconcertaba com p robar   pues cada :acción, buena o mala, contiene en sí misma
 q ue no habfa nada nuevo en él: en absoluto suaviza­  su propia recompensa, buena o mala; cada  acto que
 do, sin  lágrimas,  sin  remordimientos,  sln  discul p as;   llevas a cabo es un regalo a ti mismo. Ella mudó. Yo
 ella era una señora, yo eta una muier, y hacer esa dis­  me casé con su marido, pero eso no significa tiue ocu­
 tindón era importante para ella; le pcrmhfa creer que   para su lugar.
 yo nunca asociaría lo ordinario, lo cotidiano -el mo­
 vimiento  de Jos  intestinos, un  grito de pasión- con
 ella, y un insignificante acto de crueldad se vefa eleva­
 do  a la categoría de rito de la civilización. 1\sí, decía
 cosas  como: nHay una mujer <.¡ue pone una  parada
 todos los martes en la esquina de las calles Kin g  Geor­
 ge y  :'.farket; dile  gue la señora  que compró ... " Era
 una  descripción de  ella más acertada de lo  que  ella
 hubiera querido� pues es cierto que una señora es una
 combJnadón de eJaboradas invenciones, un cúmu)o
 de elementos relacionados con fa apariencia externa 1
 aderezos faciales y de otras partes del cuerpo, distor­
 siones, mentiras y esfuerzos vacíos. Yo era una mujer


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