Page 11 - Autobiografia de mi Madre v.2
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.sus visitas con bastante regularidad, de forma que cuan­  que así era corno funcionaba el mundo. Yo no hablaba
 do  una vez  no  apareció corno  solfa,  lo noté.  Dije:   · y no tenía intención de hablar.
 "¿Dónde está mi padre?"   Un día, sin querer, rompí un  plato, el único plato de
 Lo dije en inglés -no en criollo francés ni en crioBo   aquel tipo que Euníce había tenido nunca, un plato de
 inglés, sino en inglés puro y llano-, y eso hubiera debi­  porcdana fina, y mis labios no pronuncíaron las pala­
 do  ser  lo  sorprendente:  no  el  hecho  de que  hablara,   bras "lo siento' . La tristeza que ella expresó ante esa
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 sino que lo hiciera en 1ngiés )  una Jengua en la que nunca   pérdida me fascinó; era una aflicción tan concentrada,
 había oído hablar a nadie. Ma Eunice y sus hijos habla­  tan abrumadora 1  tan profunda como si hubiera muer­
 ban en la Jengua de Dominica, el cáollo francé3, y en   to un ser querido. Se pellh:có los gruesos y fláccidos
 cuanto a mi padre, cuando hablaba conmigo, también   pliegues de su vientre )  se tiró de los pelos }  se dio gol­
 se <lfrigfa a mí en esa lengua, no por ofenderme sino   pes de pecho; de sus ojos manaron grandes lagrimones
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 port¡ue creía que  era lo único que yo entendía.  Pero   que se deslízaron por sus me}illas )  tan profusamente
 nadie se dio cuenta� todos se limitaron a maravillarse   , ue para mi mente infantil no habría sido ninguna sor­
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 de gue por fin hubiera hablado y hubiera preguntado   presa ver que  de  ellas  brotaban  de  repente sendos
 por la ausencia de mi padre. El hecho de que las pri­  manantiales de agua, como en una fábula o un cuento
 meras palabras que articulé en mí vida fueran dichos   de hadas. :'.le había advertido en repetidas ocasiones
 en la lengua de un pueblo que nunca me gustaría y al   que no tocara aquel plato, pues me había visto obser­
 que  jamás  aprcdarfa ya no constituye ahora  ningún   varlo  con  una curiosidad  obsesiva.  Yo  !o  miraba Y
 misterio  para mí;  todo  en  mi  vida,  bueno  o  malo,   pensaba en el dibujo pintado en su superficie, la ima­
 todo aquello a )o que estoy inextricablemente  atada,   gen de un paisaje campestre repleto de hierba y flores,
 es fuente de doior.   con los más delicados matices de amarillo, rosai azul Y
 Entonces tenía cuatro años de edad y veía el mun­  verde; ei delo estaba iluminado por un so) reluciente
 do  como  una  serie de  líneas  suaves  y difuminadas   pero no abrasador; las nubes eran delgadas, desvaídas
 unidas  entre  sí, como un esbozo en carboncnlo; así,   y dispersas a modo de detalle decorativo, no densos
 cuando tni padre venía a llevarse su ropa, lo único que   cúmulos amenazadores )  no cl presagio de un desastre.
 ycfa era que aparecía de repente en el estrecho sendero   Aquella imagen no representaba más que un campo
 que conducía desde d camino prínciprtl hasta la puerta   lleno de bierba v flores en un día soleado, pero de ella
 de la cas:a en l� que yo vívfa y que Juego, hecho 1o que   emanaba dcrta �tmósfera de secreta exuberancia, feli­
 habfa venido a hacer� desaparecía de nuevo tras la cur­  cidad y soslego;  en  la parte  inferior habfa  una sola
 va en c1 cruce de caminos. Yo no sabía qué había más   palabra escrita en letras doradas: Paraíso. Naturalmen-
 allá del sendero, no sabía si cuando ie perdfa de vista   te, no se trataba en absoluto de ninguna alegoría del
 continuaba siendo mi padre o se de$va.necfa para con­  paraíso; era una imigen idealizada de la campiña lngle­
 vertirse en al go  completa1nente djstinto y no volvería a   sa) pero eso yo no lo sabía� no sabía  siquiera que tal
 verle nunca bajo  !a forma de mi padre. Era algo que   cosa, la campiña inglesa )  exísdera. Y tampoco lo sabía
 habría aceptado sin  más. Podría haber llegado a creer


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