Page 8 - Autobiografia de mi Madre v.2
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más, porque era un hombre muy vanidoso> su aspec­       principio en broma, pero poco tiempo después, cuan­
             to era algo muy importante para él. El hecho de guc     do empecé  :a hacerlo  condnuamente,  creyó  que eso
             yo constitufa una carga para él, eso lo sé; sé que tam­  significaba que era capaz de ver espíritus. Yo no veia
             bién  su ropa sucia constituía una carga para él; y sé   en absoluto espíritus o fantasmas )  simplemente estaba
             c1t1c no era capa;,; de cuidar de mí, y tampoco de lavar   buscando aquel rostro )  el rostro que jamás vería, aun
             su  propia  ropa.                                       cuando viviera eternamente.
                Había  vivido con mi madre en una casa muy pe­          Nunca Hegt1é a <1uerer a  esa mujer con la que me
             quefia.  Era  pobre >  pero  no  porque  fuer�  una  buena   dejó mi pa<lre� esa mujer que no era mala conmigo pero
             persona; aún no <había cometido  suficientes maldades   que tampoco era capaz de demostrar ternura porc¡uc
             como parn hacerse rico. La casa estaba en una coJina} y   no  sabía cómo  hacerlo ... y quízá nü pudiese quererla
             él había bajado por la ladera llevando en eguíllbrio en   porque, tampoco yo, sabía cómo hacerlo. Me alimentó
             una mano a su hija y en la otra su ropa; y había entre­  con papillas cuando  rechazaba  su leche y  todavía  no
            gado los dos bultos, el fardo de ropa y el bebé, a una    tenía dientes; cuando me salieron los dientes, lo primero
             mujer.  Ella no  era  familiar suya  ni  de rnl  madre;  se   que hice fue hundírselos en la mano mientras me daba
            llamaba Eunice Paul, y tenía ya seis hijos, el último de   de comer. De su boca brotd un sonido sofocado, �ás
            los cuales era todavía un recién nacido. Por eso le que­  de  sorpresa  que de dolor, y  supo  interpretar aquello
            daba todavía algo de leche en los pechos para darme,      como lo que realmern:e era -n1i primera manifestación
            pero a mf me sabía amarga y no la mamaba. Vivía en        de ingratitud-, lo que la puso en guardia contra mi para
             una casa  alejada  de  todas  las  demás, desde la que se   el resto del tiempo en que tuvimos relación.
             divisaba  una  amplia  vista del  mar y las  montañas,  v   No hablé hasta cumplil' los  cuatro años.  Eso no
            cuando yo me mostraba irritable y desconsolada, m�        enturbió la felicidad de  nadie ni por un segundo; no
            envolvía en  trapos  viejos  y me dejaba apoyada a  la    había nadie que fuera a preocuparse por ello, en cual­
            sombra de un  árbol, y ante la panorámica de aquel        quier caso. Yo sabía que podía hablar, pero no quería
            mar y aquellas montañas, inconsolable1 vo me deshacía     hacerlo. Veía a mi padre cada quince días, cuando ve­
            en lágrimas hasta quedar exhausta.                        nía a recoger  su  ropa Jimpia.  Nunca  se  me  ocurrió
               Ma Eunice  no era mala: me trataba  exactamente        pensar que fuera allí para verme; mi idea de las cosas
            igual guc a sus propios hijos ... aunque eso no si ifica   era que venía a recoger su ropa Hmpia. Cuando apare­
                                                     gn
            que fuera precisamente  tierna con  sus propios  hijos.   da, me llevaban con éi y me pregur:taba cótno estaba,
            En un lugar como ése, la brutalidad es la única heren­    pero .sólo era una formalidad; nunca me tocaba nl me
            cia verdadera, y a veces la crueldad es lo único guc se   miraba a los ojos.  ¿Acaso  había algo gue ver en mis
            ofrece con franqueza, A mi eHa no me gustaba, y echa­     ojos? Eunice lavaba, planchaba y plegaba  su  ropa; la
            ba de  menos el rostro que nunca había visto; miraba     · envolvía en tela de nanquín como  si se tratara de un
            por encima  del  hombro  para ver si  se  acercaba  al­   regalo, en dos pulcros e impecables ¡,a,¡uetes que co­
            guien, como  si  esperase que fuera a llegar alguien, y   locaba sobre una mesa, la única mesá de la casa, en la
            1\fa  Eunice  me  preguntaba  qué  estaba  mirando,  al   que permanecían hasta que él venia a recogerlos. Hacía


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