Page 107 - Santa María de las Flores Negras
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                  de algunas familias que se habían desplazado hasta el puerto de Arica, distante
                  cuatrocientos kilómetros de Iquique. Se decía, arteramente, que en cualquier
                  momento los pampinos podríamos arremeter en un saqueo general a la ciudad,
                  con toda la violencia y los horrores que una acción de esa naturaleza implicaba, es
                  decir: robos, muertes, violaciones y secuestros de niños y mujeres. Que «esa
                  caterva de rotos», como se nos trataba en los corrillos de la vida social,
                  enfebrecidos por la furia de no poder lograr lo que pretendían, podrían llegar a la
                  salvajada de incendiar la ciudad entera, manzana por manzana y casa por casa. Y
                  el recuerdo del dantesco incendio acontecido hacía sólo unas cuantas semanas
                  en el centro de Iquique, espeluznaba aún más a la medrosa aristocracia local.

                         Y para atizar más todavía el pánico de la población, el gringo John Lockett,
                  dueño de varias oficinas salitreras, y superintendente de los bomberos, institución
                  a la que la Intendencia había armado de carabinas, y entregado la custodia de las
                  propiedades privadas y de los estanques de agua, andaba asegurando al que lo
                  quisiera oír que en caso de enfrentamiento entre huelguistas y militares, gran parte
                  de la tropa uniformada se negaría a disparar sus armas. Que a última hora los
                  soldados se pondrían de parte de los huelguistas, pues la mayoría de ellos eran
                  hijos de obreros, y por lo mismo no iban a disparar sobre los que podrían ser sus
                  propios padres, tíos o hermanos.

                         Pasado el mediodía, cuando faltan poco minutos para las dos de la tarde,
                  Olegario Santana y sus amigos hacen su  entrada en el patio de la escuela.
                  Aunque los tres vienen recién peinaditos, traen sus trajes hecho una miseria y las
                  musarañas de la borrachera incrustadas aún vivas en sus facciones.

                         Había resultado que la Cueva del Tesoro era una habitación del conventillo
                  El Obrero, a sólo una cuadra de la escuela, en donde los confederados
                  descubrieron que vivía un boliviano que antes había trabajado de cachorrero en la
                  pampa y que ahora se dedicaba a vender aguardiente falsificado. Y los amigos se
                  quedaron allí bebiendo hasta la misma salida del sol. Olvidados por completo del
                  tema de la huelga, discutieron sin parar, durante toda la noche —a propósito del
                  enamoramiento de Idilio Montano y de Olegario Santana— nada más que de las
                  señoras mujeres  y sus nefastas consecuencias  en la vida de los pobrecitos
                  hombres. Y al amanecer, antes de echarse  a dormir un rato en el suelo, sobre
                  unos sacos de gangocho cedidos por el dueño del sucucho, habían logrado sacar
                  en limpio y concordar en tres verdades  inapelables: que la mujer bella era un
                  peligro para los hombres; que la mujer fea era un peligro y a la vez una desgracia;
                  y que, irrefutablemente, el  mejor adorno de todas ellas, feas o bonitas, era el
                  silencio.

                         Al ingresar a la escuela, tomando toda clase de precauciones para no
                  encontrarse de sopetón frente a Gregoria Becerra —la matrona podría enrostrarles
                  su mala conducta delante de todo el mundo—, los amigos encuentran que un olor
                  raro impregna el ambiente. Luego descubren que es olor a creolina. Había
                  ocurrido que ese día, temprano por la mañana, a pedido de los dirigentes, la
                  Policía del Aseo del Laboratorio Químico Municipal se hizo presente en la escuela




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