Page 30 - Fahrenheit 451
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alto.  Todo el mundo  cayendo convertido  en lluvia.  El            -¿No lo recuerdas?
            fuego ascendiendo en el volcán. Todo mezclado en un es­             -¿Qué?  ¿Celebramos una juerga o algo por el estilo?
            trépito ensordecedor y en un torrente que se encaminaba          Siento como una especie de jaqueca.  ¡Dios, qué hambre
            hacia el amanecer.                                                tengo! ¿  Quién estuvo aquí?
              -Y  a no entiendo nada de nadie -dijo Montag.                     -Varias personas.
              Y dejó que una pastilla soporífera se disolviera en su            -Es lo  que me  figuraba.  -Mildred  mordió  su tos-
            lengua.                                                           tada-. Me duele el estómago, pero tengo un hambre ca­
                                                                              nina. Supongo que no cometí ninguna tontería durante la
                                                                              fiesta.
              A las nueve de la mañana, la cama de Mildred estaba               -No -respondió él con voz queda.
           vacía.                                                               La tostadora le ofreció una rebanada untada con man­
              Montag se levantó apresuradamente. Su corazón latía             tequilla. Montag alargó la mano, sintiéndose agradecido.
           rápidamente, corrió  vestíbulo abajo y se detuvo ante la             -Tampoco tú pareces estar demasiado en forma -di­
           puerta de la cocina.                                               JO su esposa.
              Una tostada asomó por el tostador plateado, y fue co­
           gida por una mano metálica que la embadurnó de mante­
           quilla derretida.                                                    A última hora de la tarde llovió, y todo el mundo ad­
              Mildred contempló cómo la tostada pasaba a su plato.            quirió  un  color  grisáceo  oscuro.  En  el vestíbulo de su
           Tenía las orejas cubiertas con abejas electrónicas que, con        casa, Montag se estaba poniendo la insignia con la sala­
           su susurro, ayudaban a  pasar  el tiempo.  De pronto,  la          mandra anaranjada. Levantó la mirada hacia la rejilla del
           mujer levantó la mirada,  vio a Montag, le saludó con la           aire acondicionado  que había en el vestíbulo. Su esposa,
           cabeza.                                                            examinando un guión en la salita,  apartó la  mirada el
              -¿Estás bien?-preguntó Montag.                                  tiempo suficiente para observarle.
              Mildred era  experta en leer el movimiento de los la­             -¡Eh! -dijo-. ¡El hombre está  pensando!
           bios, a consecuencia de diez años de aprendizaje con las              -Sí -dijo él-.  Quería  hablarte.  -Hizo una pau-
           pequeñas radios auriculares. Volvió a asentir.  Introdujo          sa-. Anoche, te tomaste todas las píldoras de tu botellita
           otro pedazo de pan en la tostadora.                                de somníferos.
              Montag se sentó.                                                   -¡Oh, jamás haría eso! -replicó ella, sorprendida.
              Su esposa dijo:                                                    -El frasquito estaba vacío.
              -No entiendo por qué estoy tan hambrienta.                        _-Y  o no haría una cosa como ésa.  ¿  Por  qué tendría
              -Es que  ...                                                    que haberlo hecho?
              -Estoy hambrienta.                                                 -Quizá te  tomaste  dos  píldoras,  lo olvidaste y vol­
              -Anoche  ... -empezó a decir él                                 viste a tomar otras dos, y así sucesivamente hasta quedar
              -No he  dormido  bien.  Me  siento fatal.  ¡Caramba!            tan  aturdida  que  seguiste tomándolas mecánicamente
           ¡Qué hambre tengo! No lo entiendo.                                 hasta tragar treinta o cuarenta de ellas.
              -Anoche  ... -volvió a decir él.                                   -Cuentos -dijo ella-. ¿Por qué podría haber que­
              Ella observó distraídamente sus labios.                         rido hacer semejante tontería?
              -¿Qué ocurrió anoche?                                              -No lo sé.

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