Page 169 - Fahrenheit 451
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-Lo siento. A las ciudades no les van a ir bien las co­  «¿ Qué diste a la ciudad, Montag ?»
 sas en los próximos días -dijo Granger.  «Ceniza. »
 -Es extraño, no la echo en falta, apenas tengo sensa­  «¿Qué se dieron los otros mutuamente? »
 ción -dijo Montag-.  Incluso aunque ella muriera, me  «Nada. »
 he dado cuenta hace un  momento,  no creo que me sin­  Granger  permaneció  con  Montag,  mirando  hacia
 tiera triste. Eso no está bien. Algo debe de ocurrirme.  atrás.
 -Escuche -dijo Granger, cogiéndole por un brazo y  -Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo de­
 an?ando a su lado,  mientras apartaba los  arbustos para  trás  decía mi abuelo.  Un hijo, un libro, un cuadro, una
 deprle pasar-.  Cuando era niño, mi abuelo murió.  Era  cas;, una pared levantada o un par de zapatos. O un jar­
 escultor. También era un hombre muy bueno, tenía mu­  dín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo espe­
 cho amor que dar al mundo, y ayudó a eliminar la mise­  cial,  de  modo que  tu  alma  tenga  algún  sitio  a  donde  ir
 ria en nuestra ciudad; y construía juguetes para nosotros,  cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa
 y se dedicó a mil actividades durante su vida; siempre te­  flor, que tú plantaste, tú estarás allí.  «No importa lo que
 n�a las manos ocupadas. Y cuando murió, de pronto me  hagas -decía-, en tanto que cambies algo respecto a
 d1 cuenta de que no lloraba por él, sino por las cosas que  como era antes de  tocarlo,  convirtiéndolo en algo que
 hacía. Lloraba porque nunca más volvería a  hacerlas,  sea como tú después de que separes de ellos tus manos.
 nunca más volvería a labrar otro pedazo de madera y no  La diferencia entre  el  hombre que se limita  a cortar el
 nos ayudaría a criar pichones en el patio, ni tocaría el  césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El  ort ­
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 violín como él sabía hacerlo, ni nos contaría chistes. For­  dor de césped igual podría no haber estado allí, el ¡ard1-
 maba parte de nosotros, y cuando murió, todas las activi­  nero estará allí para siempre.»
 dades se interrumpieron,  y nadie era capaz de hacerlas  Granger movió una mano.
 como él.  Era individualista.  Era un hombre importante.  -Mi abuelo me enseñó una vez, hace cincuenta años,
 Nunca me he sobrepuesto a su muerte. A menudo pienso  unas películas tomadas  desde cohetes.  ¿  Ha visto alguna
 en las tallas maravillosas que nunca han cobrado forma a  vez el hongo de una bomba atómica desde trescientos ki­
 causa  de su muerte.  Cuántos chistes faltan  al mundo, y  lómetros de altura? Es una cabeza de alfiler, no es nada.
 cuántos pichones no han  sido  tocados  por sus manos.  Y a su alrededor, la soledad.
 Configuró el mundo, hizo cosas en su beneficio. La no­  »Mi abuelo pasó una docena de  veces la película to­
 che en que falleció, el mundo sufrió una pérdida de diez  mada desde el cohete, y, después manifestó su esperanza
 millones de buenas acciones.  de que algún día nuestras ciudades se abrirían para dejar
 Montag anduvo en silencio.  entrar más verdor, más campiña, más Naturaleza, que re­
 -Millie, Millie -murmuró-. Millie.  cordara a la  gente  que sólo  disponemos de  un espacio
 -¿Qué?    muy pequeño en la Tierra y que sobreviviremos en e e
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 -Mi esposa,  mi esposa.  ¡Pobre Millie, pobre Millie!   vacío que puede recuperar lo que ha dado, con tanta faci­
 No puedo recordar nada. Pienso en sus manos, pero no  lidad como echarnos el aliento a la cara o enviarnos el
 las veo realizar  ninguna acción. Permanecen colgando  mar para que nos diga que no somos tan importantes.
 fláccidamente a sus lados, o están en su regazo, o hay un  »Cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que esta­
 cigarrillo en ellas. Pero eso es todo.  mos del vacío -decía mi abuelo-, algún día se presen­
 Montag se volvió a mirar hacia atrás.  tará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvi-
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