Page 167 - Fahrenheit 451
P. 167

mantener esto a raya,  con sus actuaciones esporádicas.
 nosotros viven en pequeñas ciudades. El  Capítulo I del   No, las  ciudades  no  nos preocupan.  Y usted  tiene un
 Walden,  de Thoreau, habita en Green River, el  Capítulo
 _
 II, en M1llow Farm, Maine. Pero si hay un poblado en   aspecto endiablado.
             Se desplazaron por la orilla del río, hacia el Sur. Mon­
 Maryland,  con  sólo  veintisiete  habitantes,  ninguna
 bomba caerá nunca sobre esa localidad que alberga los   tag trató de ver los rostros de los hombres, los viejos ros­
 ensayos completos de un hombre llamado Bertrand Rus­  tros que recordaba a la luz de la hoguera, mustios, y can­
 sell.  Coge  ese poblado y casi  divida  las  páginas,  tantas   sados. Estaban buscando una vivacidad, una resolución.
 P r pers >na.  Y cuando la  guerra haya terminado, algún   Un triunfo  sobre  el mañana que no parecía  estar allí.
 �
 ?
 d1a, los libros podrán ser escritos de nuevo. La gente será   Tal vez había esperado que  aquellos rostros  ardieran
           y  brillasen  con  los  conocimientos,  que  resplandecie­
 ? �
 � onv c da una por una, para que recite lo que sabe, y lo   sen como linternas, con la luz encendida. Pero toda la
 1mpnmiremos hasta que llegue otra Era de Oscuridad, en   luz había procedido  de la hoguera, y aquellos hombres
 la que, quizá, debamos repetir toda la operación. Pero esto   no parecían  distintos  de cualesquiera otros  que hubie­
 es lo maravilloso del hombre:  nunca se desalienta o dis­
 gusta lo  suficiente  para abandonar  algo que debe hacer   sen  recorrido un largo camino, una búsqueda prolon­
 porque sabe que es importante y que merece la pena serlo'.   gada, que hubiesen visto cómo eran destruidas las cosas
 -¿Qué hacemos esta noche? -preguntó Montag.  buenas, y ahora, muy tarde, se reuniesen para esperar el
 -Esperar -repuso Granger-.  Y desplazarnos un  final de la partida, y la extinción de las lámparas. No esta­
 poco río abajo, por si acaso.   ban seguros de que lo que llevaban en sus mentes pudiese
 Empezó a arrojar polvo y tierra a la hoguera.   hacer que todos los futuros amaneceres brillasen con una
 Los otros hombres le ayudaron, lo mismo que Mon­  luz más pura, no estaban seguros de nada, excepto de que
 tag, y allí, en mitad del bosque,  todos los hombres mo­  los libros estaban bien archivados tras sus tranquilos ojos,
 vieron sus manos, apagando el fuego conjuntamente.   de que los libros esperaban, con las páginas sin cortar, a
 Se detuvieron junto al río, a la luz de las estrellas.   los lectores que quizá se presentaran años después, unos,
 Montag consultó la esfera luminosa de su reloj sumer­  con dedos limpios, y otros, con dedos sucios.
 gible.  Las  cinco.  Las cinco  de la madrugada.  Otro año   Mientras  andaban,  Montag  fue escrutando un rostro
 quemado en una sola hora, un amanecer esperando más   tras de otro.
 allá de la orilla opuesta del río.   -No juzgue un libro por su sobrecubierta -dijo al­
 -¿Por qué confían en mí? -preguntó Montag.  guien.
 Un hombre se movió en la oscuridad.  Y todos rieron  silenciosamente,  mientras se movían
 -Su aspecto es suficiente. No se ha visto usted últi­  río abajo.
 mamente en un espejo.  Además,  la ciudad nunca  se ha
 preocupado lo bastante de nosotros como para organizar
 una persecución meticulosa como ésta, con el fin de en­  Se oyó un chillido estridente, y los reactores de la ciu­
 contrarnos. U nos pocos chiflados con versos en la sesera   dad pasaron sobre sus cabezas mucho antes de que los
 no pueden afectarla, y ellos lo saben, y nosotros· también.   hombres levantaran la mirada, Montag se volvió para ob­
            servar la ciudad, muy lejos, junto al río, convertida sólo
 Todos lo saben. En tanto que la mayoría de la población
 no ande por ahí recitando la Carta Magna y la Constitu­  en un débil resplandor.
 ción, no hay peligro. Los bomberos eran suficientes para   -Mi esposa está allí.

 164
   162   163   164   165   166   167   168   169   170   171   172