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mantener esto a raya, con sus actuaciones esporádicas.
nosotros viven en pequeñas ciudades. El Capítulo I del No, las ciudades no nos preocupan. Y usted tiene un
Walden, de Thoreau, habita en Green River, el Capítulo
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II, en M1llow Farm, Maine. Pero si hay un poblado en aspecto endiablado.
Se desplazaron por la orilla del río, hacia el Sur. Mon
Maryland, con sólo veintisiete habitantes, ninguna
bomba caerá nunca sobre esa localidad que alberga los tag trató de ver los rostros de los hombres, los viejos ros
ensayos completos de un hombre llamado Bertrand Rus tros que recordaba a la luz de la hoguera, mustios, y can
sell. Coge ese poblado y casi divida las páginas, tantas sados. Estaban buscando una vivacidad, una resolución.
P r pers >na. Y cuando la guerra haya terminado, algún Un triunfo sobre el mañana que no parecía estar allí.
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d1a, los libros podrán ser escritos de nuevo. La gente será Tal vez había esperado que aquellos rostros ardieran
y brillasen con los conocimientos, que resplandecie
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� onv c da una por una, para que recite lo que sabe, y lo sen como linternas, con la luz encendida. Pero toda la
1mpnmiremos hasta que llegue otra Era de Oscuridad, en luz había procedido de la hoguera, y aquellos hombres
la que, quizá, debamos repetir toda la operación. Pero esto no parecían distintos de cualesquiera otros que hubie
es lo maravilloso del hombre: nunca se desalienta o dis
gusta lo suficiente para abandonar algo que debe hacer sen recorrido un largo camino, una búsqueda prolon
porque sabe que es importante y que merece la pena serlo'. gada, que hubiesen visto cómo eran destruidas las cosas
-¿Qué hacemos esta noche? -preguntó Montag. buenas, y ahora, muy tarde, se reuniesen para esperar el
-Esperar -repuso Granger-. Y desplazarnos un final de la partida, y la extinción de las lámparas. No esta
poco río abajo, por si acaso. ban seguros de que lo que llevaban en sus mentes pudiese
Empezó a arrojar polvo y tierra a la hoguera. hacer que todos los futuros amaneceres brillasen con una
Los otros hombres le ayudaron, lo mismo que Mon luz más pura, no estaban seguros de nada, excepto de que
tag, y allí, en mitad del bosque, todos los hombres mo los libros estaban bien archivados tras sus tranquilos ojos,
vieron sus manos, apagando el fuego conjuntamente. de que los libros esperaban, con las páginas sin cortar, a
Se detuvieron junto al río, a la luz de las estrellas. los lectores que quizá se presentaran años después, unos,
Montag consultó la esfera luminosa de su reloj sumer con dedos limpios, y otros, con dedos sucios.
gible. Las cinco. Las cinco de la madrugada. Otro año Mientras andaban, Montag fue escrutando un rostro
quemado en una sola hora, un amanecer esperando más tras de otro.
allá de la orilla opuesta del río. -No juzgue un libro por su sobrecubierta -dijo al
-¿Por qué confían en mí? -preguntó Montag. guien.
Un hombre se movió en la oscuridad. Y todos rieron silenciosamente, mientras se movían
-Su aspecto es suficiente. No se ha visto usted últi río abajo.
mamente en un espejo. Además, la ciudad nunca se ha
preocupado lo bastante de nosotros como para organizar
una persecución meticulosa como ésta, con el fin de en Se oyó un chillido estridente, y los reactores de la ciu
contrarnos. U nos pocos chiflados con versos en la sesera dad pasaron sobre sus cabezas mucho antes de que los
no pueden afectarla, y ellos lo saben, y nosotros· también. hombres levantaran la mirada, Montag se volvió para ob
servar la ciudad, muy lejos, junto al río, convertida sólo
Todos lo saben. En tanto que la mayoría de la población
no ande por ahí recitando la Carta Magna y la Constitu en un débil resplandor.
ción, no hay peligro. Los bomberos eran suficientes para -Mi esposa está allí.
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