Page 162 - Fahrenheit 451
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Chilló. ¡Chilló!                                                     cuada entre el individuo y la  sociedad  y ... aquí estoy.
             Oscuridad.                                                        ¡Bien venido, Montag!
             Silencio.                                                           -Yo no soy  de  su clase -dijo Montag, por último,
             Negrura.                                                          con voz lenta-. Siempre he sido un estúpido.
             Montag gritó en el silencio y se volvió.                             -Estamos  acostumbrados a eso. Todos cometimos
             Silencio.                                                         algún error, si no, no estaríamos aquí. Cuando éramos
             Y, luego, tras una pausa de los hombres sentados alre­            individuos aislados,  lo único que sentíamos era cólera.
          dedor del fuego, con los rostros inexpresivos, en la pan­            Y  o golpeé a un bombero cuando, hace años, vino a que­
          �alla oscura un anunciador dijo:                                     mar  mi  biblioteca.  Desde  entonces,  ando  huyendo.
             -La persecución  ha  terminado,  Montag ha muerto.                ¿ Quiere unirse a nosotros, Montag?
          Ha sido vengado un crimen contra la sociedad.  Ahora,                   -Sí.
          nos trasladamos  al  Salón  Estelar del  «Hotel  Lux», para            -¿Qué puede ofrecernos?
          un programa de media hora antes del amanacer, emisión                  -Nada. Creía tener parte del Eclesiastés, y tal vez un
          que ...                                                              poco del  de la Revelación,  pero, ahora, ni  siquiera me
            Granger apagó el televisor.                                        queda eso.
            -No han  enfocado el rostro del  hombre.  ¿Se ha fi­                 -El Eclesiastés sería magnífico. ¿Dónde lo tenía?
          jado? Ni su mejor amigo podría decir si se trataba de us­              -Aquí.
          ted.  Lo han presentado lo  bastante confuso para que la               Montag se tocó la cabeza.
          imaginación hiciera el resto. Diablos -murmuró-. Dia­                  -¡Ah!  -exclamó  Granger,  sonriendo  y asintiendo
          blos ...                                                             con la cabeza.
            Montag no  habló,  pero,  luego, volviendo la cabeza,                -¿Qué  tiene  de  malo?  ¿No está bien?  -preguntó
         permaneció sentado con la mirada fija en la negra panta­              Montag.
         lla, tembloroso.                                                        -Mejor que bien;  ¡perfecto!  -Granger se volvió ha­
            Granger tocó a Montag en un brazo.                                 cia el reverendo-. ¿Tenemos un Eclesiastés?
            -Bien venido de entre los muertos. -Montag inclinó                   -Uno. Un hombre llamado Harris, de Youngtown.
         la cabeza.  Gran_ger prosiguió-:  Será mejor que nos co­                -Montag -Granger apretó con fuerza un hombro
         nozca a todos. Este es Fred Clement, titular de la cátedra            de Montag-, tenga cuidado. Cuide su  salud.  Si algo le
         Thomas  Hardigan,  en Cambridge,  antes de que se con­                ocurriera a Harris, usted sería el Eclesiastés.  ¡Vea lo  im­
         virtiera en una  «Escuela de Ingeniería Atómica».  Este               portante que se ha vuelto de repente!
         otro es el doctor Simmons, de la Universidad de Califor­                -¡Pero si lo he olvidado!
         nia en  Los Ángeles, un especialista en Ortega y  Gasset;               -No, nada queda perdido para siempre. Tenemos sis-
         éste es el profesor West que se especializó en Ética, disci­         temas de refrescar la memoria.
         plina olvidada actualmente, en la Universidad de Colum­                 -¡Pero si ya he tratado de recordar!
         bia. El reverendo Padover, aquí presente, pronunció unas                -No lo intente.  Vendrá cuando lo  necesitemos.  To-
         conferencias hace treinta años y perdió su rebaño entre              dos  nosotros tenemos  memorias fotográficas,  pero nos
         ún domingo y el siguiente, debido a sus opiniones. Lleva             pasamos la vida entera aprendiendo a olvidar cosas que
         ya algún tiempo con nosotros. En cuanto a mí, escribí un             en realidad están dentro. Simmons, aquí presente, ha tra­
         libro  titulado Los dedos  en el guante;  la relación ade-           bajado en ello durante veinte años,  y ahora hemos per-

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