Page 148 - Fahrenheit 451
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Entonces,  si lo  deseaba, Montag podía levantarse, acer­          Cuando  me haya marchado,  queme  el  cobertor  de esta
           carse a la ventana, sin perder de vista el televisor, abrirla,     cama, lo he tocado. Queme la silla de la sala de estar en
           asomarse y verse  dramatizado,  descrito,  analizado.  Un          su incinerador. Frote el mobiliario con alcohol, así como
           drama que podía contemplarse objetivamente, sabiendo              los pomos de las puertas. Queme la alfombra del salón.
           que, en otros salones, tenía un tamaño mayor que el na­           Dé la máxima potencia  al acondicionador de aire y, si
           tural,  a todo color,  dimensionalmente  perfecto.  Y si  se      tiene un insecticida, rocíelo todo con él. Después, ponga
           mantenía alerta, podría verse, asimismo, un instante antes        en marcha sus rociadores del césped,  con toda la fuerza
           de perder el sentido,  siendo liquidado en beneficio de la        que pueda,  y  riegue  bien  las  aceras. Con  un  poco  de
           multitud de telespectadores que, unos minutos antes, ha­          suerte, podríamos evitar que nos siguieran la pista.
           bían sido arrancados de su sueño por la frenética sirena             Faber le estrechó la mano.
           de sus televisores murales para que pudieran presenciar la           -Lo haré. Buena suerte.  Si ambos estamos vivos, la
           gran cacería, el espectáculo de un solo hombre.                   semana  próxima  o la siguiente nos pondremos  en con­
              ¿Tendría tiempo para hablar cuando el Sabueso lo co­           tacto. En la lista de Correos, de Saint Louis. Siento que,
           giera, a la vista de diez, veinte o treinta millones de per­      esta vez, no haya manera de poder acompañarle con mi
           sonas? ¿No podría resumir lo que había sido su vida du­           cápsula auricular. Hubiese sido bueno para ambos. Pero
           rante la  última semana con una sola frase o una palabra          mi equipo é'ra limitado. Hágase cargo, nunca creí que ha­
           que permaneciera con ellas mucho después de que el Sa­            bría de utilizarlo. Soy un viejo estúpido. Sin ideas. Estú­
           bueso se hubiese vuelto, sujetándolo con sus mandíbulas           pido,  estúpido. Y, ahora,  no  tengo otra cápsula verde
           de metal, para alejarse en la oscuridad, mientras la cámara       para que pueda llevársela usted. ¡Márchese ya!
           permanecía  quieta,  enfocando  al aparato  que iría empe­           -Otra  cosa,  ¡aprisa!  Una  maleta. Cójala,  llénela con
           queñeciéndose a lo lejos,  para  ofrecer  un final esplén­        su ropa más sucia,  un trapo  viejo,  cuanto más sucio  me­
           dido? ¿Qué podría decir en una sola palabra, en unas po­          jor, una camisa, algunos calcetines y zapatos viejos ...
           cas palabras que dejara huella en todos sus rostros y les            Faber se marchó y regresó al cabo de un minuto.
           hiciera despertar?                                                   -Para conservar en su interior el antiguo olor de Mr.
              -Mire -susurró Faber.                                          Faber, claro está -dijo éste, sudoroso por el esfuerzo.
              Del helicóptero surgió algo que no era una máquina ni             Montag roció el exterior de la maleta con whisky.
           un animal, algo que no estaba muerto ni vivo, algo que               -No creo que ese Sabueso capte dos olores a la vez.
           resplandecía con una débil luminosidad verdosa. Perma­            Permítame  que me lleve ese whisky.  Lo necesitaré  más
           neció junto a las ruinas humeantes de la casa de Montag y         tarde. ¡Cristo, espero que dé resultado!
           los hombres trajeron el abandonado lanzallamas de éste y             Volvieron a estrecharse la mano y, mientras se dirigían
           lo pusieron bajo el hocico del Sabueso.  Se  oyó un siseo,        hacia la puerta,  lanzaron una ojeada al televisor.  El Sa­
           un resoplido, un rumor de engranajes _.                           bueso estaba en  camino seguido por las cámaras de los
              Montag meneó la cabeza,  se  levantó y  apuró su be­           helicópteros, silencioso, silenciosos, olfateando el aire
           bida.                                                             nocturno. Bajaba por la Primera A venida.
              -Ya es hora. Lamento lo que está ocurriendo.                     -¡Adiós!
              -¿Qué?  ¿ Yo?  ¿Mi  casa?  Lo merezco todo.  ¡Corra,             Y Montag salió velozmente por la  puerta posterior,
           por amor de Dios! Quizá pueda entretenerles aquí...               corriendo con la maleta semivacía. Oyó que, a su espalda,
              -Espere. No vale la pena de  que se descubra usted.            los rociadores de césped se ponían en marcha, llenaban el


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