Page 143 - Fahrenheit 451
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a su alrededor. Se tocó la mejilla magullada-. Sin ningún   La casa estaba silenciosa.
             Montag  se acercó  por  detrás,  arrastrándose  a través
 moti,,o en absoluto, me hubiesen matado. »   del denso perfume de rosas y de hierba humedecida por
 �
 .  Siguió camin ndo hasta  el bordillo  más lejano, pi­
 diendo a cada pie que siguiera moviéndose. Sin darse   el rocío nocturno. Tocó la puerta posterior, vio que es­
 cuenta,  había  recogido  los  libros  desperdigados;  no   taba abierta,  se deslizó dentro, cruzó el porche, y escu­
 recordaba haberse inclinado ni haberlos tocado.  Siguió   chó.
 pasándolos de una a otra mano, como si fuesen una ju­  «¿Duerme usted ahí  dentro, Mrs. Black? -pensó-.
 gada de póquer que no acababa de comprender.   Lo que voy a hacer no está bien, pero su esposo lo hizo
 .   «Quisiera saber si son los mismos que mataron a Cla­  con otros,  y nunca preguntó ni sintió duda,  ni se preo­
 nsse. »   cupó. Y, ahora, puesto que es usted la esposa de un bom­
 Se detuvo y su mente volvió a repetirlo.   bero, es su casa y su turno,  en  compensación  por todas
 «¡Quisiera saber si son los mismos que mataron a Cla-  las casas que su esposo quemó y por las personas a quie­
 risse!»   nes perjudicó sin pensar. »
 Sintió deseos de correr en pos de ellos, chillando.   La casa no respondió.
 Sus ojos se humedecieron.   Montag escondió los libros en la cocina, volvió a salir
 Lo que le había salvado fue caer de bruces. El conduc­  al  callejón,  miró  hacia atrás;  y la  casa  seguía oscura y
 tor del vehículo, al ver caído a Montag consideró instan­  tranquila, durmiendo.
 táneamente la probabilidad de que pisar el cuerpo a aque­  En su camino a través de la ciudad, mientras los heli­
 lla velocidad podía volcar el vehículo y matarlos a todos.   cópteros revoloteaban en el cielo como trocitos de papel,
 Si Montag hubiese seguido siendo un objetivo vertical...   telefoneó y dio la  alarma desde una cabina solitaria a la
 Montag quedó boquiabierto.   puerta de una tienda cerrada durante la noche. Después,
 Lejos, en la avenida, a cuatro manzanas de distancia, el   permaneció en el frío aire nocturno, esperando y, a lo le­
 vehículo había frenado, girado sobre dos ruedas, y retro­  jos,  oyó que las sirenas se  ponían en funcionamiento,  y
 cedía ahora velozmente por la mano contraria de la calle,   que las  salamandras llegaban,  llegaban  para  quemar  la
 adquiriendo impulso.   casa de  Mr.  Black,  en  tanto  éste se  encontraba traba­
 Pero Montag ya estaba oculto en la seguridad del os­  jando, para hacer que su esposa se estremeciera en el aire
 curo callejón en busca del cual había emprendido aquel   del amanecer, mientras que el techo cedía y caía sobre la
 largo viaje, ignoraba ya si una hora o un minuto antes. Se   hoguera. Pero, ahora, ella aún estaba dormida.
 estremeció en  las tinieblas y volvió la cabeza para ver   «Buenas noches, Mrs. Black », pensó Montag.
 cómo el vehículo lo pasaba veloz y volvía a situarse en el
 centro de la avenida.  Las carcajadas  se mezclaban con
 el ruido del motor.   -¡Faber!
 Más lejos, mientras Montag se movía en la oscuridad,   Otro golpecito, un susurro y una larga espera. Luego,
 pudo ver que los helicópteros caían, caían como los pri­  al cabo de un minuto, una lucecilla brilló dentro de la ca­
 meros copos de nieve del  largo invierno que se aproxi­  sita de Faber.
 maba.       Tras otra pausa, la puerta posterior se abrió.
             Faber  y Montag se miraron a la media luz  como si
          cada uno de ellos no  creyese en la  existencia  del otro.
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