Page 122 - Fahrenheit 451
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luego esta mano. Dejad vuestros naipes boca abajo y pre­            Las mejillas sonrojadas y fosforescentes de Beatty bri­
           parad  el  equipo.  Ahora  será doble. -Y  Beatty  volvió a       llaban en la oscuridad, y el hombre sonreía furiosamente.
           levantarse-.  Montag,  ¿ no te encuentras  bien? Sentiría           -¡Ya hemos llegado!
           que volvieses a tener fiebre ...                                    La salamandra se detuvo de repente, sacudiendo a los
              -Estoy bien.                                                  hombres.  Montag  permaneció con la  mirada fija  en la
              -¡Magnífico! Éste es un caso especial.  ¡Vamos, apre-         brillante  barandilla de metal que apretaba con toda la
           súrate!                                                          fuerza de sus puños.
              Saltaron al aire y se agarraron a la barra de latón como         «No puedo hacerlo -pensó-. ¿ Cómo puedo realizar
           si se tratase del último punto seguro sobre la avenida que       esta nueva misión, cómo puedo seguir quemando cosas?
           amenazaba  ahogarles;  luego,  con  gran  decepción  por         No me será posible entrar en ese sitio.»
           parte de ellos, la barra de metal les bajó hacia la oscuri­         Beatty, con el olor del viento a través del cual se había
           dad, a las toses, al resplandor y la succión del dragón ga­      precipitado, se acercó a Montag.
           seoso que cobraba vida.                                             -¿Todo va bien, Montag?
              -¡Eh!                                                            Los hombres se movieron como lisiados con sus em­
              Doblaron una esquina con gran estrépito del motor y           barazosas botas, tan silenciosos como arañas.
           la sirena, con chirrido de ruedas, con un desplazamiento            Montag  acabó  por  levantar  la  mirada  y  volverse.
           de la  masa del  petróleo  en el brillante  tanque de latón,     Beatty estaba observando su rostro.
           como la comida en el  estómago de un gigante,  mientras            -¿Sucede algo, Montag?
           los  dedos  de  Montag  se apartaban de  la barandilla pla­        -Caramba -dijo  éste,  con  lentitud-. Nos hemos
           teada, se agitaban en el aire, mientras el viento empujaba       detenido delante de mi casa.
           el pelo de su cabeza hacia atrás. El viento silbaba entre
           sus  dientes,  y él  pensaba  sin  cesar  en  las  mujeres,  en
           aquellas charlatanas de aquella noche en su salón, y en la
           absurda idea de él de leerles un libro. Era tan insensato y
           demente como tratar de apagar un fuego con una pistola
           de  agua.  Una rabia sustituida por otra.  Una cólera des­
           plazando a  otra.  ¿Cuándo dejaría de estar  furioso y se
           tranquilizaría, y se quedaría completamente tranquilo?
              -¡Vamos allá!
              Montag levantó la cabeza. Beatty nunca guiaba,  pero
           esta noche sí lo hacía, doblando las esquinas con la sala­
           mandra, inclinado hacia delante en el asiento del conduc­
           tor, con su maciza capa negra agitándose a su espalda, lo
           que le daba el aspecto de un enorme murciélago que vo­
           lara sobre el vehículo, sobre los números de latón,  reci­
           biendo todo el viento.
              -¡Allá vamos  para  que el mundo  siga  siendo  feliz,
           Montag!


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