Page 102 - Fahrenheit 451
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-Los que no construyen deben destruir. Es algo tan               Bolsa,  he construido todo esto y he esperado.  He espe­
           viejo como la Historia y la delincuencia juvenil.                  rado,  temblando,  la mitad  de mi  vida,  a que alguien me
             -De modo que eso es lo que yo soy.                               hablara. No me atrevía a hacerlo con nadie. Aquel día, en
             -En todos nosotros hay algo de ello.                             el parque,  cuando  nos sentamos juntos,  comprendí que
             Montag se dirigió hacia la puerta de la calle.                   alguna vez quizá  se presentase usted,  con fuego o amis­
             -¿Puede ayudarme  de algún modo para esta noche,                 tad, resultaba  difícil adivinarlo. Hace meses  que  tengo
           con mi capitán? Necesito un paraguas que me proteja de             preparado este aparatito. Pero he estado a punto de dejar
           la  lluvia. Estoy tan asustado que me ahogaré si  vuelve a         que se marchara usted, tanto miedo tengo.
           meterse conmigo.                                                     -Parece una radio auricular.
           ·  El viejo rio dijo nada, y miró otra vez hacia su dormi­           -¡Y algo más! ¡Oye! Si se lo pone en su oreja, Mon-
           torio, muy nervioso.                                               tag,  puedo sentarme cómodamente en  casa,  calentando
             Montag captó la mirada.                                          mis atemorizados huésos,  y oír y analizar  el mundo de
             -¿Bien?                                                          los bomberos, descubrir sus debilidades, sin peligro. Soy
             El  viejo inspiró profundamente,  retuvo  el  aliento y,        la reina abeja,  bien segura  en  la colmena.  Usted  será el
           luego, lo exhaló. Repitió la operación, con los ojos cerra­        zángano, la oreja viajera. En caso necesario, podría colo­
          dos, la boca apretada, y, por último, soltó el aire.               car oídos  en todas las partes  de la ciudad,  con  diversos
             -Montag ...                                                     hombres, que escuchen y evalúen. Si los zánganos mue­
             El viejo acabó por volverse y decir:                            ren,  yo sigo a salvo en casa,  cuidando mí temor  con un
             -Venga. En realidad, me proponía dejar que se mar-              máximo de  comodidad y un  mínimo de peligro.  ¿Se  da
         - chara de mi casa. Soy un viejo tonto y cobarde.                   cuenta de lo precavido que llego a ser,  de lo despreciable
             Faber  abrió la puerta del  dormitorio e introdujo a            que llego a resultar?
          Montag en una pequeña  habitación, donde  había  una                  Montag  se colocó el pequeño objeto metálico en la
          mesa sobre la que se encontraba cierto número de herra­            oreja. El viejo insertó otro similar en la suya y movió los
          mientas metálicas, junto con un amasijo de alambres mi­            labios.
          croscópicos, pequeños resortes, bobinas y lentes.                     -¡Montag!
             -¿Qué es eso? -preguntó Montag.                                    La voz sonó en la cabeza de Montag.
             -Una prueba de mi  tremenda cobardía. He vivido                    -¡Le oigo!
          solo demasiados años, arrojando con mi mente imágenes                 Faber se echó a reír.
          a las paredes. La manipulación de aparatos electrónicos y             -¡Su voz también me llega perfectamente! -susurró
          radiotransmisores ha sido mi entretenimiento. Mi cobar­            el viejo. Pero la voz sonaba con claridad en la cabeza de
          día es tan apasionada, complementando el espíritu revo­            Montag-. Cuando sea  hora,  vaya al cuartel  de  bombe­
          lucionario que vive a su sombra, que me he visto obli­             ros. Yo estaré con usted. Escuchemos los dos a ese capi­
          gado a diseñar esto.                                               tán Beatty. Pudiera ser uno de los nuestros. ¡Sabe Dios!
             Faber cogió un pequeño objeto de  metal, no mayor               Le diré  lo que  debe  decir.  Representaremos una buena
          que una bala de fusil.                                             comedia para él. ¿Me odia por esta cobardía electrónica?
             -He pagado por esto ... ¿Cómo? Jugando a la Bolsa,              Aquí estoy, enviándole hacia el peligro, en tanto que yo
          claro está,  el  último refugio del mundo para los intelec­        me quedo en las trincheras,  escuchando con mi maldito
          tuales peligrosos y sin trabajo. Bueno,  he  jugado  a la          aparato cómo usted se juega la cabeza.


             IOO                                                                                                            IOI
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