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Podía trasladar el discurso al tema habitual de los traidores y los criminales
               del  pensamiento,  pero  esto  resultaba  demasiado  claro;  y  por  otra  parte,
               inventar  una  victoria  en  el  frente  o  algún  triunfo  de  superproducción  en  el
               noveno  plan  trienal,  podía  complicar  demasiado  los  registros.  Lo  que  se
               necesitaba era una fantasía pura. De pronto se le ocurrió inventar que un cierto
               camarada Ogilvy había muerto recientemente en la guerra en circunstancias

               heroicas. En ciertas ocasiones, el Gran Hermano dedicaba su orden del día a
               conmemorar a algunos miembros ordinarios del Partido cuya vida y muerte
               ponía  como  ejemplo  digno  de  ser  imitado  por  todos.  Hoy  conmemoraría  al
               camarada  Ogilvy.  Desde  luego,  no  existía  el  tal  Ogilvy,  pero  unas  cuantas
               líneas de texto y un par de fotografías falsificadas bastarían para darle vida.

                   Winston reflexionó un momento, se acercó luego al hablescribe y empezó

               a dictar en el estilo habitual del Gran Hermano: un estilo militar y pedante a la
               vez y fácil de imitar por el truco de hacer preguntas y contestárselas él mismo
               en  seguida.  (Por  ejemplo:  «¿Qué  nos  enseña  este  hecho,  camaradas?  Nos
               enseña la lección —que es también uno de los principios fundamentales de
               Ingsoc— que», etc., etc.)

                   A  la  edad  de  tres  años,  el  camarada  Ogilvy  había  rechazado  todos  los
               juguetes excepto un tambor, una ametralladora y un autogiro. A los seis años

               —uno antes de lo reglamentario por concesión especial— se había alistado en
               los Espías; a los nueve años, era ya jefe de tropa. A los once había denunciado
               a su tío a la Policía del Pensamiento después de oírle una conversación donde
               el  adulto  se  había  mostrado  con  tendencias  criminales.  A  los  diecisiete  fue
               organizador en su distrito de la Liga Juvenil Anti-Sex. A los diecinueve había
               inventado una granada de mano que fue adoptada por el Ministerio de la Paz y
               que, en su primera prueba, mató a treinta y un prisioneros eurasiáticos. A los

               veintitrés  murió  en  acción  de  guerra.  Perseguido  por  cazas  enemigos  de
               propulsión  a  chorro  mientras  volaba  sobre  el  Océano  Índico  portador  de
               mensajes  secretos,  se  había  arrojado  al  mar  con  las  ametralladoras  y  los
               documentos...  Un  final,  decía  el  Gran  Hermano,  que  necesariamente
               despertaba la envidia. El Gran Hermano añadía unas consideraciones sobre la

               pureza y rectitud de la vida del camarada Ogilvy. Era abstemio y no fumador,
               no  se  permitía  más  diversiones  que  una  hora  diaria  en  el  gimnasio  y  había
               hecho voto de soltería por creer que el matrimonio y el cuidado de una familia
               imposibilitaban  dedicar  las  veinticuatro  horas  del  día  al  cumplimiento  del
               deber. No tenía más tema de conversación que los principios de Ingsoc, ni más
               finalidad en la vida que la derrota del enemigo eurasiático y la caza de espías,
               saboteadores, criminales mentales y traidores en general.


                   Winston  discutió  consigo  mismo  si  debía  o  no  concederle  al  camarada
               Ogilvy  la  Orden  del  Mérito  Conspicuo;  al  final  decidió  no  concedérsela
               porque  ello  acarrearía  un  excesivo  trabajo  de  confrontaciones  para  que  el
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