Page 67 - Historias de Cronopios y Famas
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Vietato introdurre biciclette   portero para que arroje a los susodichos animal s a la
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       calle. Esto último puede suceder pero no es humillante,
       primero, porque sólo constituye una probabilidad entre
        muchas, y luego porque nace como efecto de una causa
        y no de una fría maquinación preestablecida, horrenda­
        mente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas
        de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontanei­
        dad de las bicicletas, seres inocentes.
            De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las
 En los bancos y casas de comercio de este mundo   rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una
 a nadie le importa un pito que al ien entre con un repo­  guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como
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 llo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca   rayos negros, cegados por pétalos de san re. No ocur a
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 como  un  pioloncito  las  canciones  que  me  enseñó  mi   que las bicicletas  amanezcan un d1a cubiertas de espi­
 madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota   nas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan,
 a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta   que acorazadas de furor arremetan en legión con a los
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 se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsa­  cristales de las compañías de se ros y que el dia luc­
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 do con violencia a la calle mientras su propietario recibe   tuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
 admoniciones vehementes de los empleados de la casa.   veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.
 Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modes­
 ta, constituye una humillación y una befa la presencia de
 carteles que la  detienen altaneros  delante de las bellas
 puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicle­
 tas han tratado por todos los medios de remediar su tris­
 te  condición  social.  Pero  en  absolutamente  todos  los
 países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algu­
 nos agregan: «y perros», lo cual duplica en las bicicletas
 y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una
 liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge
 & Born o en los estudios de los abogados de la calle San
 Martín  sin  ocasionar  más  que  sorpresa,  gran  encanto
 entre  telefonistas ansiosas  o,  a lo  sumo,  una orden  al
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