Page 66 - Historias de Cronopios y Famas
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Vietato introdurre biciclette portero para que arroje a los susodichos animal s a la
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calle. Esto último puede suceder pero no es humillante,
primero, porque sólo constituye una probabilidad entre
muchas, y luego porque nace como efecto de una causa
y no de una fría maquinación preestablecida, horrenda
mente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas
de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontanei
dad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las
En los bancos y casas de comercio de este mundo rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una
a nadie le importa un pito que al ien entre con un repo guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como
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llo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca rayos negros, cegados por pétalos de san re. No ocur a
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como un pioloncito las canciones que me enseñó mi que las bicicletas amanezcan un d1a cubiertas de espi
madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota nas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan,
a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta que acorazadas de furor arremetan en legión con a los
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se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsa cristales de las compañías de se ros y que el dia luc
gu
do con violencia a la calle mientras su propietario recibe tuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
admoniciones vehementes de los empleados de la casa. veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.
Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modes
ta, constituye una humillación y una befa la presencia de
carteles que la detienen altaneros delante de las bellas
puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicle
tas han tratado por todos los medios de remediar su tris
te condición social. Pero en absolutamente todos los
países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algu
nos agregan: «y perros», lo cual duplica en las bicicletas
y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una
liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge
& Born o en los estudios de los abogados de la calle San
Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto
entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al
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