Page 71 - Historias de Cronopios y Famas
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recordaba particularmente la <),Cción de seccionar un bif­  vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se disper­
 tec. El miércoles preferí (con cierto embarazo) algo más   saba en barrocos resultados. Más tarde (yo estaba en otra
 fundamental,  y  elegí  los  botones.  ¡Oh  espectáculo!  El   oficina)  encontré  un  pretexto  para  volver  a  visitar  la
 aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que   naranja, el té y el humo. Pero el humo había desapareci­
 se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados-de   do, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables
 cada pequeño batallón horizontal se balanceaban pendu­  tubos  retorcidos.  Hasta  la  abstracción  tiene  su  lado
 larmente dos, tres o cuatro botones.  En el ascensor la   penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi
 saturación  era  indescriptible:  centenares  de  botones   secretaria  lloraba,  leyendo  el  decreto  por  el  cual  me
 inmóviles, o moviéndose apenas, en un asombroso cubo   dejaban  cesante.  Para  consolarme  decidí  abstraer  sus
 cristalográfico.  Recuerdo  especialmente  una  ventana   lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas
 (era  por  la tarde)  contra  el  cielo  azul.  Ocho  botones   fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban
 rojos dibujaban  una  delicada vertical,  y  aquí  y  allá se   en los biblioratos, el secante y el boletín ofü;ial. La vida
 movían suavemente unos pequeños discos nacarados y   está llena de hermosuras así.
 secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.
 El miércoles era de ceniza, día en que los procesos
 digestivos me parecieron ilustración adecuada a la cir­
 cunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohíno
 espectador de la llegada de centenares de bolsas llenas de
 una papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-fla­
 kes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo
 una  naranja  se  dividía  en  prolijos  gajos,  que  en  un
 momento dado perdían su forma y bajaban uno tras otro
 hasta formar a cierta altura un depósito blanquecino. En
 ese estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos
 y luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en
 un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo
 más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro
 de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de
 abstracción  suele  ejercerse  arbitrariamente)  podía  ver
 además una bocanada de humo que se entubaba vertical­
 mente, se dividía en dos translúcidas vejigas, subía otra



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